Hoy, 9 de marzo, es Miércoles de Ceniza. Se inicia la Cuaresma; el tiempo de oración y de penitencia. Es, también, el día en que se recuerda que nuestras vidas y las de todos los seres vivos en la tierra son pasajeras.
Esta costumbre de la ceniza proviene de una antigua tradición judía. Se solía cubrir el cuerpo de cenizas en señal de sacrificio y de enmienda por los pecados, es decir, para mostrar el “deseo de conversión de su mala vida a una vida con Dios”. En el año 384 d.C., la Cuaresma adquirió un sentido penitencial para todos los cristianos y, desde el siglo XI, la Iglesia de Roma acostumbra poner las cenizas al iniciar los 40 días de penitencia y conversión.
Este recuerdo de lo efímero de nuestra existencia se aplica también a las civilizaciones –Arnold Toynbee, el gran historiador inglés, identificó no más de una decena, la gran mayoría ya desaparecidas–, lo que prueba que toda obra humana comparte con sus creadores el destino de permanencia efímera en la historia.
Resulta, entonces, que la pretensión de eternidad de las formas de organización social, de las concepciones políticas, de los esquemas ideológicos, caen en la ingenuidad o en el desvarío de quienes se ubican en la cúspide del poder terrenal. Las etapas que van, según el marxismo, del socialismo al comunismo eterno –una suerte de fin de la historia– se interrumpieron en no más de siete décadas. El milenio soñado para el Tercer Reich de Adolf Hitler quedó desecho en pocos años.
Hubo muchos intentos de eternidad. Pero, como sucede en el Magreb y en Oriente Medio, ha llegado el tiempo de la caducidad de esquemas unipersonales, despóticos, excluyentes y pretendidamente perdurables. “Todo pasa, todo cambia…”, dice una popular tonada y es cierto. El predominio eterno, y aun los deseados largos periodos, en circunstancias en que los cambios históricos se aceleran, quedan en esperanzas frustradas, en sueños interrumpidos por la derrota que infringen el tiempo y los pueblos.
Como lo demuestra la historia –la de Bolivia es particularmente dramática– los cambios arrollan y los que no los comprenden son víctimas del destino que ellos mismos se forjan. Los caudillos endiosados son los que pronto quedan huérfanos de apoyo. “Si te he visto no me acuerdo”, se dice popularmente cuando se quiere mostrar que se abandona o se olvida a alguien por una afrenta. Y la pretensión de eternizarse en el poder es un agravio.
En Latinoamérica se han sucedido caudillos encaramados en el poder, sin plazos y sin límites. No se diferenciaban de Muamar al Gadafi, el desquiciado que pretende que su pueblo oprimido lo ama y lo apoya, cuando en realidad lo único que demora su caída es la salvaje represión de sus esbirros. Y como los iguales tienden a juntarse, el tirano recibe ahora la solidaridad de regímenes igualmente opresores.
¿Será que los populistas de la ALBA con insólita coincidencia son ya los abanderados de otras longevas y crueles dictaduras que sufren una enfermedad terminal y han resuelto labrar un destino compartido para caer por la rebelión de sus pueblos? Sí, estos son los aliados confesos del Líder y Guía de la Gran Revolución de la Gran Jamahiriya Árabe Libia Popular Socialista. Ese el título del sátrapa que recuerda a los que acumuló el ‘Chivo’ (Rafael Leónidas Trujillo) en el Caribe.
El miércoles de Ceniza debe servir también para recordar a los líderes lo efímero de los hombres y de los esquemas que crean. Estos deben también reparar en el refrán popular: “No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”.
* Abogado e internacionalista
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