Mientras Estados Unidos parece encaminarse a abrir el debate sobre la legalización de las drogas, a Bolivia la frena para legalizar el akulliku
Durante las últimas semanas, dos noticias aparentemente muy distantes entre sí pero relacionadas por múltiples factores han atraído la atención de quienes ven con preocupación el futuro de la guerra contra las drogas, sus pobrísimos resultados y sus muy negativas consecuencias. La Cancillería boliviana y su intensa campaña para revisar la Convención Única sobre Estupefacientes aprobada en Viena en 1961 fue protagonista de una de ellas. Y el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y unas declaraciones suyas en las que reconoció la necesidad de abrir un debate sobre la legalización de las drogas fue la segunda.
El primer tema, el relativo a la demanda boliviana, fue motivo de especial atención en Europa, adonde se dirigió la mayor parte de los esfuerzos diplomáticos de nuestro país. El objetivo era que los países europeos dejen de secundar la posición estadounidense, que no se opongan a una revisión de la Convención de Viena y abran así la posibilidad de que en la Organización de las Naciones Unidas se inicie un proceso de revisión de las prohibiciones que pesan sobre las drogas, sus precursores y materias primas.
La demanda boliviana era en realidad muy modesta. No aspiraba más que a que la práctica del akulliku, tan común entre gran parte de la población nacional, deje de considerarse un delito. No se pedía que se retire la hoja de coca de la lista de productos interdictos ni tampoco se exigió, por lo menos no explícitamente, que se levanten las prohibiciones que pesan sobre la exportación de productos elaborados con hoja de coca.
El resultado de las intensas gestiones diplomáticas desplegadas para recabar apoyo a esa causa no fue el esperado. No se logró que Estados Unidos quede solo y aislado en su rechazo a la demanda boliviana ni que el número de países que la apoyan engrose. Fueron 16 los países que se opusieron a la despenalización del akulliku (entre ellos Estados Unidos, Canadá, Japón, Reino Unido, Alemania, Francia, Suiza, Suecia y Dinamarca además de otros de menor peso diplomático) y sólo dos (Uruguay y Ecuador) los que se pronunciaron oficialmente de manera favorable. Todos los demás optaron por el cauteloso silencio.
Mientras esas fichas diplomáticas se movían alrededor de la convención de Viena, en Estados Unidos, el país que con más tenacidad se opone a la revisión de la convención, se dio otro paso más hacia la desmitificación del tema. Aunque los principales medios de comunicación no le dieron la importancia que merece, excepto la revista Time, Barack Obama afirmó que “la legalización de las drogas es un tema enteramente legítimo de debate”, con lo que terminó de poner el asunto en la agenda política estadounidense.
Se puede concluir que estamos en tiempos de las paradojas y las contradicciones. Mientras el presidente estadounidense hace la afirmación precedente, su burocracia se empeña en mantener lo más conservador de la política de esa nación. Y en Bolivia no podemos avanzar en la legalización del akulliku, que es una propuesta mucho menos pretenciosa que la de legalizar las drogas, entre otras cosas, por el funcionamiento de esa maquinaria burocrática encargada de la lucha contra las drogas en Estados Unidos. Así, nos encontramos ante un nuevo fiasco que, en todo caso, debería ayudarnos a diseñar nuestra política exterior con menos entusiasmo que pragmatismo.
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