Lo venimos enunciando a través de esta página editorial, los carteles internacionales de la droga han visto a Bolivia como un centro estratégico para el tráfico ilegal de estupefacientes. El Gobierno, por su parte, ha hecho grandes esfuerzos para minimizar la existencia de los mismos en territorio nacional. Después del informe presentado por la Drug Enforcement Agency (DEA) al Senado de Estados Unidos de Norteamérica, donde se determina, en función de las investigaciones que realiza esta agencia antidrogas, que en el país radican carteles de la mafia mexicana —cuyo objetivo es traficar cocaína peruana y boliviana hacia el Brasil, Argentina, Chile, Paraguay y posiblemente otros Estados—, seríamos irresponsables en no considerar este hecho.
Lo que nos preguntamos es si era realmente necesario un documento de esta naturaleza para iniciar una seria y objetiva investigación sobre la existencia de carteles en el Estado Plurinacional. ¿Por qué se viene negando una realidad que estuvo siempre frente a nuestras narices?
La proliferación de los cultivos de la hoja de coca en diversos puntos del país, inclusive en el Parque Nacional Isiboro Sécure —que goza de protección jurídica por su condición de reserva natural—, es una primera advertencia respecto del incremento de la producción de cocaína en Bolivia. La propagación de la violencia armada en las calles de las principales ciudades del país, definitivamente, es una alarma. Los asesinatos a plena luz del día. La ola de balaceras que han terminando con muchas vidas. Los múltiples, repetitivos y sistemáticos ajustes de cuentas, han sido un mensaje claro de que algo turbio se gesta en nuestro territorio. La presencia de extranjeros, de delincuentes de alto vuelo de variadas nacionalidades, constituye otro indicador de que grupos peligrosos rondan las urbes. ¿La cantidad de automóviles último modelo de las más variadas marcas, así como el aumento de prostitutas internacionales (de alto vuelo), no son acaso sinónimos del modus vivendi de estos criminales? ¿Por qué se pretende tapar el sol con un dedo? ¿Cuál el afán de rechazar la tesis de que los narcotraficantes radican ahora en Bolivia?
El silencio de las autoridades de turno ya no genera incertidumbre. Al contrario, lo que se calla termina por confirmar la presencia de estos carteles. El silencio, en este caso, no es la mejor respuesta. Más que una explicación, que una justificación o una apología, lo que la ciudadanía merece es la ejecución de una serie de políticas públicas destinadas a combatir, con rigurosidad, a estos carteles. La presencia del Gobierno en la solución de este complejo problema es de vital importancia y, hoy por hoy, las principales autoridades brillan por su ausencia.
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