Las garras del narcotráfico
No sé muy bien por qué recordábamos estos días la historia de Huanchaca. No sé por qué, pero me alegra. Debiéramos recordarlo mil veces para aprender. No fue algo absurdo. No fue una fantástica coincidencia. Fue terriblemente real. Fue posible. Puede volver a suceder por aquello de que las mismas causas producen los mismos efectos.
Don Víctor Paz era el gran estadista. El más prestigioso político. Su Gobierno parecía de instituciones bien pensadas y mejor definidas. Pero no era así. Tomó grandes medidas para recuperar la economía, pero no pudo librarse de las garras del narcotráfico. Cuando supimos que en la serranía de Huanchaca acababan de matar a don Noel Kempff todos querían partir a pillarlos con las manos en la masa. Nadie pudo acercarse a la inmensa factoría. El Gobierno lo había prohibido y cuidó celoso que se cumpliera su orden. Solo cuando salió el último trabajador de la fábrica, cuando todos estuvieron a buen recaudo, recién el ministro encargado levantó el veto ¿Por qué? ¿Los protegía porque no eran suyos? Luego, sin prisas, desde el Gobierno negociaron, uno a uno, los tambores de precursores que misteriosamente aparecieron en sus manos. No disimularon por un minuto. Gobierno y DEA mostraron que eran parte del delito.
Habíamos hecho escándalo internacional por la protección de García Meza y Lucho Arce al narcotráfico. Paz Estensoro y Barthelemí no estuvieron muy lejos. Luego, el MIR y Jaime Paz pecaron de lo mismo. Oso Chavaría fue un botón de muestra de lo que se cocinaba. Las narcofotos eran la broma. El drama fue el narcomatrimonio del Gobierno con la cocaína delincuencial. Acabó en la cárcel su monje negro, pero no cambió la relación.
Después llegaron al poder el MAS y los cocaleros. Llegaron con alardes de austeridad y de pobreza, pero sus funcionarios cayeron presos por todo el mundo. A René Sanabria y Oscar Nina, responsables de la decencia oficial, los pillaron en los grandes mercados internacionales negociando narcotráfico químicamente puro de grandes proporciones. No quedó resquicio ni para media disculpa oficial. No murió ahí el contubernio. En 1.000 allanamientos y desmantelamientos, por elemental amistad, jamás se tomó por sorpresa a los pesos pesados. El tiro de gracia fue la caída de aquel jefecillo de un grupo Che Guevara, indicio de que el mismísimo partido habría optado por esa línea.
Si Huanchaca costó la vida de don Noel y sus acompañantes, ¿qué precio tendremos que pagar para volver a tener un cambio radical?
Don Víctor Paz era el gran estadista. El más prestigioso político. Su Gobierno parecía de instituciones bien pensadas y mejor definidas. Pero no era así. Tomó grandes medidas para recuperar la economía, pero no pudo librarse de las garras del narcotráfico. Cuando supimos que en la serranía de Huanchaca acababan de matar a don Noel Kempff todos querían partir a pillarlos con las manos en la masa. Nadie pudo acercarse a la inmensa factoría. El Gobierno lo había prohibido y cuidó celoso que se cumpliera su orden. Solo cuando salió el último trabajador de la fábrica, cuando todos estuvieron a buen recaudo, recién el ministro encargado levantó el veto ¿Por qué? ¿Los protegía porque no eran suyos? Luego, sin prisas, desde el Gobierno negociaron, uno a uno, los tambores de precursores que misteriosamente aparecieron en sus manos. No disimularon por un minuto. Gobierno y DEA mostraron que eran parte del delito.
Habíamos hecho escándalo internacional por la protección de García Meza y Lucho Arce al narcotráfico. Paz Estensoro y Barthelemí no estuvieron muy lejos. Luego, el MIR y Jaime Paz pecaron de lo mismo. Oso Chavaría fue un botón de muestra de lo que se cocinaba. Las narcofotos eran la broma. El drama fue el narcomatrimonio del Gobierno con la cocaína delincuencial. Acabó en la cárcel su monje negro, pero no cambió la relación.
Después llegaron al poder el MAS y los cocaleros. Llegaron con alardes de austeridad y de pobreza, pero sus funcionarios cayeron presos por todo el mundo. A René Sanabria y Oscar Nina, responsables de la decencia oficial, los pillaron en los grandes mercados internacionales negociando narcotráfico químicamente puro de grandes proporciones. No quedó resquicio ni para media disculpa oficial. No murió ahí el contubernio. En 1.000 allanamientos y desmantelamientos, por elemental amistad, jamás se tomó por sorpresa a los pesos pesados. El tiro de gracia fue la caída de aquel jefecillo de un grupo Che Guevara, indicio de que el mismísimo partido habría optado por esa línea.
Si Huanchaca costó la vida de don Noel y sus acompañantes, ¿qué precio tendremos que pagar para volver a tener un cambio radical?
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