Pocas veces se ha visto tanto empeño de un Gobierno en la defensa de una “causa nacional”, como está sucediendo hoy con la coca. Ya hubieran querido los productores textiles un compromiso semejante de las autoridades cuando -por culpa de ellas mismas-, fueron suspendidas las preferencias arancelarias que otorga Estados Unidos a los países andinos. En los últimos años, los exportadores bolivianos han perdido numerosos mercados y la reacción del Estado Plurinacional ha sido algo parecido a la indiferencia. Lo mismo sucede todos los días con las trabas que les ponen los países vecinos a los productos locales o cuando algunas naciones violan convenios comerciales, en perjuicio de los productores del país.
La coca es, sin duda alguna y por motivos obvios, el producto mimado del régimen del MAS, que acaba de movilizar a miles de personas a plazas, calles y avenidas para presionar a la comunidad internacional en la búsqueda de la despenalización de “la hoja sagrada” que la ONU mantiene vigente desde 1961. Paralelamente, el Gobierno ha desplegado una inédita ofensiva diplomática (que ni siquiera se ha visto por una reivindicación histórica y vital como el enclaustramiento marítimo), con un gran despliegue de recursos económicos y humanos.
Lamentablemente, para los que defienden esta causa, es muy poco lo que puede ofrecer este Gobierno en materia de argumentos a favor de la hoja de coca, además claro, del único uso masivo y tradicional que representa el denominado “acullico”. En los últimos cinco años, ninguno de los planes que anunció el Gobierno para la industrialización de la coca se ha puesto en marcha y lo que hay, son proyectos incipientes y marginales. Ganarle a la ONU con una gaseosa o una bebida energizante es incurrir en la ingenuidad, como lo es el hecho de proponer a la coca como un producto mágico, con capacidad de convertirse en alimento, en medicina para la diabetes, en producto cosmético, en una suerte de dudoso “curalotodo”, que no ha despertado ni siquiera la curiosidad de la comunidad científica internacional.
En contrapartida, lo sucedido en el último lustro atenta severamente contra la “sacralidad” de la coca y obviamente contra la imagen que proyecta a nivel internacional. Desde que asumió el poder el principal líder cocalero de Bolivia, los cultivos de coca se han multiplicado exponencialmente y al mismo tiempo, la industria del narcotráfico se ha fortalecido a niveles muy peligrosos. En lugar de comunidades más sanas, mejor alimentadas y niños sin la amenaza de morir por desnutrición (gracias a la coca), tenemos narco-dirigentes, narco-amautas, narco-alcaldes y poblaciones rurales enteras dedicadas a la fabricación y protección de las mafias que producen cocaína, el verdadero y único proyecto industrializable de la coca.
Ni siquiera el acullico debería ser motivo de tanta reverencia, como práctica social. Está demostrado que esta costumbre resulta nociva por el abuso en el que incurren ciertos sectores de la población. La masticación de la coca no tiene nada de “mística” cuando se convierte en la principal causa de accidentes en las carreteras, cuando los campesinos y jornaleros tienen que gastar hasta la mitad de sus ingresos para costear lo que ya es un “vicio” generalizado. La coca es una realidad boliviana que merece atención, pero eso no implica incurrir en posturas irracionales como las que expresa este Gobierno.Es muy poco lo que puede argumentar este Gobierno a favor de la hoja de coca, además del único uso tradicional que representa el “acullico”. En los últimos cinco años, ninguno de los planes que anunció para su industrialización se ha concretado.
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