En momentos en que la administración de Evo Morales persiste en su campaña para legalizar a nivel internacional el masticado de la hoja de coca, es bueno recordar un par de detalles históricos sobre el tema. Cuando Álvaro García Linera dice que “la práctica del masticado de coca data de hace unos 5.000 años”, soslaya que esa costumbre se restringía en tiempos precolombinos a una minúscula élite aristocrática, que utilizaba la hoja para propósitos ceremoniales. Así consta en numerosas fuentes, que tal vez no se encuentren entre los miles de volúmenes que el vicepresidente afirma tener en su biblioteca. Es el caso del historiador Juan Matienzo, quien informa que el uso de la coca estaba limitado a la nobleza del incario y a la casta sacerdotal, esta última con finalidad mágico-religiosa: “Los adivinos mascaban hojas de coca y escupían el jugo en la palma de la mano con los dedos más largos extendidos; si el jugo escurría igualmente por los dedos, el augurio era bueno; caso contrario, era malo”. Similar versión brinda el Inca Garcilaso de la Vega: “La yerba llamada coca, que los indios comen, la cual entonces no era tan común como ahora, porque no la comía sino el Inca y sus parientes y algunos curacas (autoridades indígenas), a quienes el rey, por mucho favor y merced, enviaba algunos cestos de ellas por año”. En realidad, el consumo de la coca fue paradójicamente “democratizado” tras la conquista española, cuando los encomenderos -que reprodujeron la institución de servidumbre del Incario llamada “mita”-, la difundieron entre los indígenas para aumentar el rendimiento de la mano de obra. Así sucedió, por ejemplo, en los más importantes centros mineros de la época, comenzando por el Cerro Rico de Potosí, que se convirtió en un núcleo de consumo masivo de coca. Desde entonces, el cultivo de la coca vivió un acelerado proceso de expansión, al punto que en 1571 el cronista Polo de Ondegardo sostuvo que en ese momento había 50 veces más plantaciones cocaleras que cuando los incas regían su imperio. A principios del siglo XVII, el cultivo de la coca era un negocio que involucraba a importantes grupos de la sociedad virreinal, dando lugar al surgimiento de una suerte de feudalismo cocalero. Todo lo cual nos lleva a la conclusión de que el consumo popular (aunque nunca mayoritario) de la coca en Bolivia es fruto de una política colonial. De ahí que, habiendo un gobierno que se precia de descolonizador, lo coherente sería desincentivar este arcaísmo colonial-feudal en lugar de promoverlo. En caso contrario, y de persistir en su intento de extender esta práctica a nivel internacional, esperamos que el presidente Evo Morales haga un reconocimiento público y expreso a la contribución hecha por el periodo colonial a la formación de la cultura boliviana.
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