Lo que vimos la noche pasada en el programa televisivo “Saturday Night Live”, de la influyente cadena norteamericana NBC, desde luego que nada tiene que ver con nuestra bella y digna concursante al cetro de Miss Universo, Alexia Viruez, sino que es una forma divertida para unos y maligna para nosotros de expresar al público estadounidense cómo actúa una presunta joven boliviana, representante ante un evento mundial para colmo. Sin afán de dramatizar más de la cuenta frente a un show jocoso, soez, y de mal gusto, es así cómo desgraciadamente se ve a Bolivia como país, por lo menos entre la gente común en Estados Unidos. Sabemos que, por desgracia, en otros lugares nuestra imagen no es mucho mejor.
El rostro de una señorita que tiene una banda con el nombre de Bolivia está, para empezar, blanqueado de algo que no puede ser otra cosa que cocaína. Las incoherencias que pronuncia, no pertenecen a nadie que no esté totalmente drogada, hasta el extremo vulgar de dar un apasionado beso lésbico, en la boca, a la conductora del programa. Se trata de una imagen sucia, pasada de tono, que nada tiene que ver con la parodia que se hace en el mismo programa de otras naciones como España, Uganda, Moldavia, Suiza y alguna más, donde la tomadura de pelo es atrevida, hasta un tanto racista, pero no dolorosamente ofensiva como en el caso de la gringa que hace las veces de compatriota nuestra.
Asusta pensar que el estereotipo del boliviano esté asociado con la cocaína, pero si todo el mundo sabe que somos privilegiados y ricos productores del alcaloide, que sembramos coca por todas partes y que con la más simple tecnología la elaboramos hasta en domicilios particulares, utilizando licuadoras, secadoras de ropa, microondas y otros ingenios de uso doméstico, entonces tenemos todas las de perder. Estamos destinados a ser parte de la broma o la maldad. Todos hemos tenido el disgusto, en más de una oportunidad, de ver en el cine escenas de nuestro país, siempre vinculadas con mafias narcotraficantes. El nombre de Bolivia no aparece para nada que nos enorgullezca, sino, por el contrario, para avergonzarnos.
No es una novedad que a Bolivia se la vincule siempre al narcotráfico. Sabemos que a los bolivianos desde hace muchos años que nos apartan del resto de los viajeros en los aeropuertos, para interrogarnos, toquetearnos, cuando no para desvestirnos en casetas especiales. A las mujeres bolivianas se les aplica un tratamiento humillante, ofensivo al pudor, pero no hay protesta que valga si se porta un pasaporte nacional. Nuestro origen, día que pasa, se está convirtiendo con mayor fuerza en un estigma.
Sin embargo, el país no cede en su afán de defender la coca en cuanto evento importante existe. La defensa de la hoja de coca, de la “hoja sagrada”, se ha convertido en uno de los mandamientos de nuestra diplomacia que obliga a todo embajador de Bolivia casi a dejar su vida defendiéndola. Andamos con la tontería de que la hoja es inofensiva y de que no tiene nada que ver con la cocaína, como si la cocaína se la pudiera producir con hojas de plátano o de papaya. La cosa, por cierto, se ha tornado mucho peor en estos tiempos del Pachacutec, porque queremos convencer a la comunidad internacional de nuestra inocencia y para mayor ridículo nos sentimos heridos si se hace alguna relación entre la coca y la cocaína. ¿A quién queremos engañar?
Ni siquiera se quiere dar a conocer el informe que la U.E. ha financiado sobre la cantidad de coca que, por ser tradicional, debería producirse en Bolivia. Se ha escondido el informe durante más de dos años, para asombro de los europeos, y mes a mes se posterga su publicación porque afirma que estamos inundados de coca. Las fábricas de cocaína están por todos lados. Los aviones con cocaína se estrellan cada vez. Las cárceles están abarrotadas de narcos. ¿Cómo pueden vernos a nosotros? Nada menos que como lo ha hecho la NBC: riendo a carcajadas ante una pobre chica blanqueada de pichicata.
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