Todo está dicho. Así, solemnemente. Y a pesar de ello, el gobierno de Evo Morales insiste en algunos temas contra toda lógica, contra toda razón, aunque ésta esté plasmada en normas, decretos, leyes, convenios, tratados, declaraciones universales y hasta en la propia Constitución. ¿Será por tozudez, soberbia o por pura ignorancia compartida con sus asesores?
Lucha a muerte contra los pueblos indígenas de Tierras Altas y Bajas de Bolivia. Una guerra perdida, porque está enfrentando, quizás sin darse cuenta, a una causa que tiene detrás a 370 millones de personas.
Eso son los indígenas en el mundo. Ese es su peso específico. Por mucho que los cocaleros le garanticen apoyo nunca será de la cantidad y menos de la calidad del que puedan ofrecerle los indígenas. Se podrán inventar sus colaboradores “comunidades”, que aparecen como hongos, al punto que según dirigentes del TIPNIS están confundiendo comunidades con “chacos”, aunque tengan un solo habitante. Necesitan mentir para mantener la decisión “personal – partidaria” de hacer la carretera BR 429 (en terminología brasilera) a través del corazón del TIPNIS, la “Rua da cocaína” para los vecinos.
La ilusión del poder. Evo tiene una fijación, que es una ilusión, “el poder”. Durante casi siete años lo ha demostrado de mil maneras, usando ese poder haciendo caso omiso de los derechos humanos, para ajustar clavijas a todos los que opinan distinto. No importa que no esté mal, a su criterio, lo que dicen, tampoco que no se consideren equivocados. Basta simplemente que no sean de su gusto y todo el aparato del Estado se le viene encima. De pronto, tienes que salir rajando, vivir con el Jesús en la boca, refugiarte en una embajada extranjera o retractarte de lo dicho, pedir disculpas, “de rodillas” exigen algunos fieles al jefe. Aún con todo ese bagaje, puede que no sea suficiente. Porque el perdonar “70 veces 7” aquí no funciona. La deidad “tocada” está más allá del mitológico Zeus o del realísimo Jesús de Nazareth.
Evo perderá la batalla, y la mala memoria no es excusa. Olvida el presidente y este gobierno, que son más de 5.000 pueblos indígenas en el mundo que se sienten afectados, ofendidos y perseguidos cuando se persigue a uno solo. Una red, es la paradoja, “bien invisible”, está presente y les protege. No son los imperialistas precisamente sus aliados. Pero se conoce el tema hasta el último rincón del mundo en tiempo real, casi instantáneo.
La ilegalidad, el atropello, la discriminación, el racismo inherente a las medidas tomadas en contra de los indígenas, en el caso del TIPNIS, son reconocidas por todos, para desprestigio de un régimen que nació con la bandera indigenista para arriarla frente al primer negocio transnacional que se le presentaba. Las victorias de los pueblos indígenas contra los falsos poderes se van sumando. En Ecuador, la justicia ha dictado compensaciones multimillonarias por explotaciones inconsultas. En Brasil se detiene por orden judicial uno de los proyectos más ambiciosos en la Amazonia, como es la construcción de la mega represa que afectaba a pueblos indígenas en su inmenso recorrido. Los ejemplos suman en Asia, África y Norteamérica.
Tampoco es excusa la improvisación. Una ministra se tiró a piscina sin agua al referirse a que el gobierno analiza la posibilidad de la legalización de la marihuana. Otra vez, en un tema delicado, cataplum. ¿Para estar a tono con el “nuevo” Mercosur? En Montevideo ya están dando marcha atrás con una sugerencia similar ante el inmediato efecto político que ocasionó intento similar: la caída en picada del apoyo al presidente José Mujica. Pero se irá insistiendo de diferentes maneras, porque la lógica es ir acostumbrando a los ciudadanos a “manosear” el tema de la legalización de las drogas, a lo cual se dedican unas 50 fundaciones ligadas a un conocido multimillonario del gobierno, George Sorós.
Se trata de hacer familiar hablar de las ventajas: acabar con la violencia, la inseguridad aparejada ineludiblemente a la ilegalidad y la represión. Se enarbolará “el respeto a la decisión personal”, un ataque a la libertad. De pronto se habrá borrado ese tenue velo que existe entre drogas “blandas” y drogas “duras”, y se hablará de legalizarlo “todo”. Los primeros resultados en países donde se tomó tal decisión fueron halagüeños. Sin embargo, hoy, tanto Holanda como Portugal vuelven a poner restricciones, “límites”, porque en el fondo no se han modificado las tendencias, las conductas, las adiciones ni el narcotráfico.
Legalizada la droga, desaparecen las drogas y el tráfico de drogas. Vaya lógica. ¿Desaparecerán la clefa y el alcohol? Sabemos del drama de la violencia doméstica (mujeres y niños) por alcoholismo, de los millones de muertos por conducir en estado de ebriedad. ¿Qué se ganó con legalizar el alcohol? Convendría de una buena vez “consultar” a los bolivianos sobre algo que atañe a su futuro. Aprovechar el Censo 2012. Esto es más importante que distinguir choza de pahuichi.
¿Quieren los bolivianos, indígenas y no indígenas, más coca de la necesaria para el acullico por razones culturales en zonas tradicionales? ¿La coca, un signo de sometimiento ancestral? La cantidad de muertos en las carreteras, principalmente en los Yungas y el Altiplano, demuestra que no se puede “engañar” al cuerpo de forma indefinida: el agotamiento llega, la desnutrición llega.
La cantaleta del fracaso de la lucha contra el narcotráfico, es la justificación de la alianza con el narcotráfico. En EEUU los nuevos consumidores disminuyen sostenidamente; en Colombia las plantaciones de coca se reducen. Donde no se combate al narcotráfico aumentan los adictos y el tráfico de drogas. ¿Cuánto daño se ha evitado con las toneladas de droga incautada? Cada centavo gastado en la lucha ha salvado a cientos o miles de caer en la adición. Hora de aplicar conocimiento y ética a la inteligencia en gobernar, antes que la sin razón se haga con el poder.
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