Opacadas por la mayor vistosidad que suelen tener sus afanes dirigidos a proclamar el próximo 21 de diciembre el fin del “No Tiempo”, de la era de la Coca Cola y el advenimiento de una nueva era para la humanidad que será abanderada por los “Guerreros del Arco Iris”, durante los últimos días han pasado poco menos que desapercibidas las intensas gestiones diplomáticas que ha hecho el canciller David Choquehuanca para lograr el apoyo internacional a la readmisión de Bolivia a la Convención de Estupefacientes de Viena de 1961.
Como se recordará, Bolivia interpuso hace algo más de un año una reserva para despenalizar el akulliku de la hoja de coca y ahora realiza una ardua campaña internacional para que se modifiquen los términos de ese acuerdo, de modo que nuestro país pueda seguir siendo parte del mismo aunque libre ya de la obligación de erradicar el consumo de coca.
La campaña boliviana es muy importante por razones obvias. De hecho, se trata de algo mucho más concreto y práctico que el estreno, por primera vez desde que se tiene memoria histórica, de fastuosas celebraciones para dar la bienvenida al solsticio de verano, un acontecimiento astronómico que nunca antes había merecido alguna atención en esta parte del mundo.
Lo de la convención de Viena, en cambio, sí merece más atención de la que recibe. Paradójicamente, es nada menos que la Cancillería la que parece haber establecido un orden de importancia según el que “los Guerreros del Arco Iris y el Fin del No Tiempo” son más importantes que el futuro del akulliku.
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