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martes, 6 de noviembre de 2012

Cabe destacar que los partidarios del consumo tradicional de coca siguen ignorando dos relevantes episodios sobre el tema: en la época prehispánica, el Inca del Cuzco prohibía a sus súbditos masticar la hojita, privilegio reservado sólo para él, su casta nobiliaria y los sacerdotes del Imperio. Mario Rueda con precisión nos muestra el panorama sobre el akulliku y las NNUU


En 1961, la Convención de Viena sobre Estupefacientes, patrocinada por las Naciones Unidas, salió al frente del consumo de drogas a escala mundial. Aprobó un acuerdo multilateral por el cual sus 184 Estados miembros asumían el compromiso de prohibir en sus respectivos espacios nacionales el consumo de opio, marihuana y cocaína, entre otros psicotrópicos.
La interdicción recayó también sobre el “akulliku” o consumo tradicional de la hoja de coca, práctica común en ciertos sectores sociales de Perú, Ecuador y Bolivia. Como era de esperarse, en los tres países se encandeció al extremo el debate entre partidarios y no partidarios de la masticación de la “hoja sagrada”.
Los primeros alegaron que la glauca broza, cuyos cultivos se hallan siempre en la mira de una permanente vigilancia satelital, es rica en toda clase de nutrientes para el organismo humano: desde proteínas hasta minerales como calcio, hierro y fósforo, pasando por vitaminas A, C, B6 y B12. En consecuencia, juzgaban que para los adictos en el “akulliku” eran más las ganancias que las pérdidas. Inclusive estudios científicos de algunas prestigiosas universidades respaldaban esta conclusión.
Estudios y análisis de laboratorio justificaban igualmente a los no partidarios de la masticación de coca. Sí, este vegetal contiene nutrientes, pero también una serie de alcaloides, entre los que sobresale la letal cocaína, respecto a la cual la saliva hace de catalizadora.
La toxicidad del elemento estimula en forma inusual el sistema nervioso central. Mitiga el hambre, el sueño, la sed y el cansancio. Los “akullikadores” habituales andan siempre briosos, lúcidos y alborozados, signos típicos de la drogadicción. Una vez en el estómago, la coca diluida impide una buena absorción de los alimentos, lo que conduce a problemas de nutrición, además de desgaste prematuro de dentadura, erosión del tejido intestinal y males hepáticos. En definitiva, la coca más daña que beneficia, argüían.
El debate aún prosigue y los bandos en disputa se mantienen firmes en sus posiciones. El Gobierno de Bolivia optó por retirarse de la Convención de Viena de 1961, alegando que era inadmisible que este tratado multilateral prohibiera un “akulliku” de profundas raíces históricas y culturales en el país, ignorando del todo las propiedades alimenticias de la hoja de coca.
Cabe destacar que los partidarios del consumo tradicional de coca siguen ignorando dos relevantes episodios sobre el tema: en la época prehispánica, el Inca del Cuzco prohibía a sus súbditos masticar la hojita, privilegio reservado sólo para él, su casta nobiliaria y los sacerdotes del Imperio. Tras el descubrimiento de las ricas vetas argentíferas de Potosí, los colonizadores españoles empezaron a repartir coca a sus mitayos aimaras y quechuas para que trabajaran más y mejor en los socavones. Ésta y no otra la causa por la cual alcanzara dimensión masiva la tradición del “akulliku”.

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