No quedan dudas que el noroeste cruceño, más concretamente la provincia Ichilo, ya se ha convertido en el “Nuevo Chapare”, el segundo centro de producción y tráfico de cocaína del país, con perspectivas de superar al trópico cochabambino, por algunas características especiales de esta región.
Se ha comprobado que en Yapacaní y San Germán, una vasta región de cientos de kilómetros cuadrados, el narcotráfico cuenta con la decidida protección de los habitantes. No tardarán en aparecer organizaciones sociales y líderes carismáticos con mucho arrastre popular dispuestos a sacar la cara por estas actividades e inmediatamente surgirá un discurso destinado a otorgarle un rostro social a lo que hoy es considerado un delito.
En realidad es la única característica que le hace falta. La provincia Ichilo está rodeada de parques y reservas naturales repletas de cocaleros que se han encargado de transformar la zona en un bunker impenetrable para la Policía. En menos de un año en la región se han destruido más de 250 fábricas de cocaína y además de comprobar que los cárteles internacionales de la droga han tomado posesión del lugar, casi no hay vivienda, familia o comunidad que no esté vinculada al negocio de la droga. La imagen de los agentes antinarcóticos usando explosivos de alto poder para destruir una pista de aterrizaje clandestina habla de la magnitud del problema. Días antes, una multitud les había impedido a los policías avanzar con sus operativos y tuvieron que pedir refuerzos.
Ichilo tiene algunas ventajas sobre su vecina Chapare. Está más cerca de los mercados de exportación de droga, tiene mejor vinculación caminera, mayor cobertura de servicios, grandes centros urbanos como Santa Cruz, Montero, Yapacaní y otros, que brindan un excelente apoyo con insumos, transporte, mano de obra, acopio y otros detalles de logística. La capital del departamento ha sido definida recientemente por un exjefe policial como la más importante sede del crimen organizado, donde operan bandas de sicarios y mafiosos extranjeros.
Esto actúa como acicate para la consolidación de lo que llamamos el “Nuevo Chapare”. Además de todo esto, en las inmediaciones de Ichilo no existen comunidades indígenas que puedan convertirse en un freno de la expansión de la economía de la coca y sus derivados, factor que ha dañado como ningún otro la imagen del trópico cochabambino y sus actores.
Y así como se arruinó la industria turística del Chapare y jamás pudieron prosperar en la zona, otros cultivos y actividades agroindustriales que no sean las relacionadas con la coca, toda la zona de influencia de Ichilo y con ella, la poderosa región productiva del norte de Santa Cruz, también se encuentran bajo amenaza.
Recientemente hemos conocido cifras que hablan de un bajón de la productividad (legal) de Santa Cruz, resultado del acoso político que sufre la economía regional. La realidad de prosperidad y lujo que se observa en las zonas de influencia del narcotráfico contradicen los datos estadísticos.
En San Germán, los pocos vecinos que todavía no se han mezclado con la narcoeconomía, comentan azorados cómo los pobladores, adultos y jóvenes, trafican con cocaína delante de todos y también guardan la mercadería en sus casas, sin ningún complejo. La zona se ha vuelto el mercado natural de los autos robados en Santa Cruz y la violencia crece sin control. Las consecuencias son imprevisibles si no se actúa pronto.
Se ha comprobado que en Yapacaní y San Germán, una vasta región de cientos de kilómetros cuadrados, el narcotráfico cuenta con la decidida protección de los habitantes. No tardarán en aparecer organizaciones sociales y líderes carismáticos con mucho arrastre popular dispuestos a sacar la cara por estas actividades e inmediatamente surgirá un discurso destinado a otorgarle un rostro social a lo que hoy es considerado un delito.
En realidad es la única característica que le hace falta. La provincia Ichilo está rodeada de parques y reservas naturales repletas de cocaleros que se han encargado de transformar la zona en un bunker impenetrable para la Policía. En menos de un año en la región se han destruido más de 250 fábricas de cocaína y además de comprobar que los cárteles internacionales de la droga han tomado posesión del lugar, casi no hay vivienda, familia o comunidad que no esté vinculada al negocio de la droga. La imagen de los agentes antinarcóticos usando explosivos de alto poder para destruir una pista de aterrizaje clandestina habla de la magnitud del problema. Días antes, una multitud les había impedido a los policías avanzar con sus operativos y tuvieron que pedir refuerzos.
Ichilo tiene algunas ventajas sobre su vecina Chapare. Está más cerca de los mercados de exportación de droga, tiene mejor vinculación caminera, mayor cobertura de servicios, grandes centros urbanos como Santa Cruz, Montero, Yapacaní y otros, que brindan un excelente apoyo con insumos, transporte, mano de obra, acopio y otros detalles de logística. La capital del departamento ha sido definida recientemente por un exjefe policial como la más importante sede del crimen organizado, donde operan bandas de sicarios y mafiosos extranjeros.
Esto actúa como acicate para la consolidación de lo que llamamos el “Nuevo Chapare”. Además de todo esto, en las inmediaciones de Ichilo no existen comunidades indígenas que puedan convertirse en un freno de la expansión de la economía de la coca y sus derivados, factor que ha dañado como ningún otro la imagen del trópico cochabambino y sus actores.
Y así como se arruinó la industria turística del Chapare y jamás pudieron prosperar en la zona, otros cultivos y actividades agroindustriales que no sean las relacionadas con la coca, toda la zona de influencia de Ichilo y con ella, la poderosa región productiva del norte de Santa Cruz, también se encuentran bajo amenaza.
Recientemente hemos conocido cifras que hablan de un bajón de la productividad (legal) de Santa Cruz, resultado del acoso político que sufre la economía regional. La realidad de prosperidad y lujo que se observa en las zonas de influencia del narcotráfico contradicen los datos estadísticos.
En San Germán, los pocos vecinos que todavía no se han mezclado con la narcoeconomía, comentan azorados cómo los pobladores, adultos y jóvenes, trafican con cocaína delante de todos y también guardan la mercadería en sus casas, sin ningún complejo. La zona se ha vuelto el mercado natural de los autos robados en Santa Cruz y la violencia crece sin control. Las consecuencias son imprevisibles si no se actúa pronto.
La provincia Ichilo está rodeada de parques y reservas naturales repletas de cocaleros que se han encargado de transformar la zona en un bunker impenetrable para la Policía. En menos de un año en la región se han destruido más de 250 fábricas de cocaína.
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