Cultivos de coca no sólo existen en los Yungas de La Paz o en el Chapare de Cochabamba. Se dan también en Yapacaní, al norte del departamento de Santa Cruz, y en algunas antesalas boscosas de los parques naturales del país. Cualquiera percibe las causas de la expansión de los cultivos, destinada a la fabricación de cocaína. Acaso una de las principales consista en el rebalse demográfico que provoca en el Chapare la creciente migración de campesinos del altiplano y los valles. Huyendo de la pobreza, en buen porcentaje, van allá no a dedicarse a la producción de plátanos y otros productos del denominado desarrollo alternativo.
Simple y llanamente optan por la coca, que es lo que mayormente les garantiza mejores réditos.
Los riesgos de expansión de los cultivos de coca se acrecientan ahora que el Gobierno traslada a miles de familias cocaleras del Chapare cochabambino a zonas selváticas del departamento de Pando. Se les instala en lugares no apropiados para la agricultura tradicional. Son más bien específicamente propicios para la explotación de recursos naturales, como la madera y la castaña, actividad que exige estructura empresarial, así como tecnología y capital de inversión. ¿Qué harán los chapareños arreados a Pando tras votar por el MAS en las elecciones presidenciales de fin de año? ¿Dedicarse a plantar yuca o a buscar castaña bajo la sombra de los árboles? Ni lo uno ni lo otro le garantizarían el ingreso mínimo para proveer a la subsistencia familiar.
En consecuencia, atingidos por la necesidad, no les quedaría otra que dedicarse al cultivo de la coca, seguros de contar con los respectivos compradores. Mencionamos un riesgo contra el cual el Gobierno ojalá oponga medidas que le eliminen en forma oportuna. Si lo hace o no es cosa que veremos meses después de las elecciones generales. Para entonces tendremos datos precisos sobre el tema.
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