El Papa ya está en Israel. Empieza ahora la auténtica “madre del cordero” del viaje papal. Es ahora cuando el Papa necesita de todas nuestras oraciones. Y falta le harán. Hasta ahora y a pesar de haber visitado un país abrumadoramente musulmán, como Jordania, el Papa jugaba en casa. Arropado por todos los cristianos de la zona (caldeos, sirios, libaneses, jordanos) y por unos Reyes y un país sumamente tolerante.
Un país con una libertad de culto total. En Jordania, los curas van de sotana por la calle y la gente respetuosamente les llama Abuna (padre), salen en la televisión estatal y sus parroquias se yerguen, con sus cruces y sus imágenes de la virgen, por toda la ciudad. Y sus carillones de campanas tocan todas las horas el Ave María. Con total normalidad. Más aún, tanto los curas como los fieles se sienten queridos y respetados por las autoridades y por sus conciudadanos. Un ejemplo plástico de la alianza de civilizaciones.
Los musulmanes han olvidado incluso lo de Ratisbona. O si lo recuerdan, ni lo mencionan. Y menos ante el Papa. Son las normas de su radical hospitalidad. Con ese flanco bien cubierto, Abdalá y su corte buscaron rentabilizar económicamente la visita papal. Sobre todo de cara al turismo cristiano. De ahí la importancia que le concedieron a la visita al Monte Nebo y, sobre todo, a la disputada orilla del Jordán, en Betania, donde Juan bautizó a Jesús.
El problema es que tampoco en esto se ponen de acuerdo musulmanes, judíos y cristianos. Para los jordanos es justo aquí, en Wadi al Kharrar, donde antiguamente estaba Betania al otro lado del Jordán, localidad en la que, según la Biblia, San Juan Bautista bautizó a Jesucristo y a todos los que se acercaban a recibir su bautismo de agua y conversión.
Para los israelíes y los palestinos, por una vez de acuerdo, el paraje se encuentra en la otra orilla del río, en una zona llamada Qasr al Yahud situada cerca de Jericó. «En territorio israelí», según proclaman los primeros. «En territorio palestino ocupado», tal y como sentencian los segundos.
Cuando Juan Pablo II viajó a Tierra Santa en 2000 optó por una solución salomónica: visitó las dos márgenes del río que se disputan el emplazamiento del punto en el que Jesús fue ungido por San Juan.
Pero su sucesor, Benedicto XVI, sólo ha peregrinado a una de las dos orillas: la de Jordania. Y su decisión de visitar sólo la parte jordana del río ha levantado ampollas entre los judíos, pero sobre todo entre los cristianos israelíes y palestinos. La disputa, más allá de los aspectos religiosos y de orgullo nacional, tiene sobre todo una vertiente económica. Tierra Santa es un imán turístico y el lugar del bautismo de Jesús es uno de los principales reclamos para los turistas religiosos.
El Papa ha llegado, pues, a Israel un poco “tocado” por esa decisión. Además, a diferencia de los musulmanes, los judíos no olvidan tan fácilmente el supuesto agravio papal de levantar la excomunión a los obispos lefebvrianos, especialmente al negacionista Williamson.
El Papa sabe que, en Israel le están examinando ya con lupa. Y que cualquier gesto o cualquier palabra puede ser interpretada en su contra. De ahí que tenga que andar con pies de plomo. Porque hasta tiene complicado complacer a sus propios fieles católicos. Y es que los que menos entusiasmo muestran con su visita son precisamente las minorías cristianas, mayoritariamente árabes.
Muchos ni lo van a ver. Porque no tienen permiso para poder entrar y porque lo que de verdad quieren es que sea el Papa el que les vaya a ver a ellos a sus guetos. Y compruebe, en primera persona, cómo viven. «Si es nuestro Papa, ¿por qué no viene a ver este muro de la vergüenza?», dicen con cierto resentimiento.
Los propios dirigentes católicos confiesan que esta vez, a diferencia de lo que pasó con Juan Pablo II en 2000, no hay la misma expectación e incluso reina cierta desaprobación. «Los bombardeos de Gaza están muy recientes, se acaba de sentar en Israel un Gobierno ultraconservador al que el Papa va a dar la mano y que está construyendo este muro que nos ahoga. Además el jueves es el aniversario de la nakba (catástrofe), proclamación del Estado de Israel en 1948). No es el mejor momento», aseguran.
Los cristianos de Israel y los territorios ocupados son sólo 130.000, la mitad católicos. Han caído en picado, del 20% al 2% en cuatro décadas. En Jerusalén se han quedado en 14.000 fieles, y en enclaves históricos como Belén, donde eran el 75% en 1967, hoy son el 12%.
Ante esta situación, sólo cabe rezar por el Papa y por su habilidad para moverse con soltura en este campo minado. Tras la bienvenida protocolaria de esta mañana en Tel Aviv, la tónica del viaje papal quizás la marque la visita de esta tarde al Yad Vashem, el museo del Holocausto.
Un país con una libertad de culto total. En Jordania, los curas van de sotana por la calle y la gente respetuosamente les llama Abuna (padre), salen en la televisión estatal y sus parroquias se yerguen, con sus cruces y sus imágenes de la virgen, por toda la ciudad. Y sus carillones de campanas tocan todas las horas el Ave María. Con total normalidad. Más aún, tanto los curas como los fieles se sienten queridos y respetados por las autoridades y por sus conciudadanos. Un ejemplo plástico de la alianza de civilizaciones.
Los musulmanes han olvidado incluso lo de Ratisbona. O si lo recuerdan, ni lo mencionan. Y menos ante el Papa. Son las normas de su radical hospitalidad. Con ese flanco bien cubierto, Abdalá y su corte buscaron rentabilizar económicamente la visita papal. Sobre todo de cara al turismo cristiano. De ahí la importancia que le concedieron a la visita al Monte Nebo y, sobre todo, a la disputada orilla del Jordán, en Betania, donde Juan bautizó a Jesús.
El problema es que tampoco en esto se ponen de acuerdo musulmanes, judíos y cristianos. Para los jordanos es justo aquí, en Wadi al Kharrar, donde antiguamente estaba Betania al otro lado del Jordán, localidad en la que, según la Biblia, San Juan Bautista bautizó a Jesucristo y a todos los que se acercaban a recibir su bautismo de agua y conversión.
Para los israelíes y los palestinos, por una vez de acuerdo, el paraje se encuentra en la otra orilla del río, en una zona llamada Qasr al Yahud situada cerca de Jericó. «En territorio israelí», según proclaman los primeros. «En territorio palestino ocupado», tal y como sentencian los segundos.
Cuando Juan Pablo II viajó a Tierra Santa en 2000 optó por una solución salomónica: visitó las dos márgenes del río que se disputan el emplazamiento del punto en el que Jesús fue ungido por San Juan.
Pero su sucesor, Benedicto XVI, sólo ha peregrinado a una de las dos orillas: la de Jordania. Y su decisión de visitar sólo la parte jordana del río ha levantado ampollas entre los judíos, pero sobre todo entre los cristianos israelíes y palestinos. La disputa, más allá de los aspectos religiosos y de orgullo nacional, tiene sobre todo una vertiente económica. Tierra Santa es un imán turístico y el lugar del bautismo de Jesús es uno de los principales reclamos para los turistas religiosos.
El Papa ha llegado, pues, a Israel un poco “tocado” por esa decisión. Además, a diferencia de los musulmanes, los judíos no olvidan tan fácilmente el supuesto agravio papal de levantar la excomunión a los obispos lefebvrianos, especialmente al negacionista Williamson.
El Papa sabe que, en Israel le están examinando ya con lupa. Y que cualquier gesto o cualquier palabra puede ser interpretada en su contra. De ahí que tenga que andar con pies de plomo. Porque hasta tiene complicado complacer a sus propios fieles católicos. Y es que los que menos entusiasmo muestran con su visita son precisamente las minorías cristianas, mayoritariamente árabes.
Muchos ni lo van a ver. Porque no tienen permiso para poder entrar y porque lo que de verdad quieren es que sea el Papa el que les vaya a ver a ellos a sus guetos. Y compruebe, en primera persona, cómo viven. «Si es nuestro Papa, ¿por qué no viene a ver este muro de la vergüenza?», dicen con cierto resentimiento.
Los propios dirigentes católicos confiesan que esta vez, a diferencia de lo que pasó con Juan Pablo II en 2000, no hay la misma expectación e incluso reina cierta desaprobación. «Los bombardeos de Gaza están muy recientes, se acaba de sentar en Israel un Gobierno ultraconservador al que el Papa va a dar la mano y que está construyendo este muro que nos ahoga. Además el jueves es el aniversario de la nakba (catástrofe), proclamación del Estado de Israel en 1948). No es el mejor momento», aseguran.
Los cristianos de Israel y los territorios ocupados son sólo 130.000, la mitad católicos. Han caído en picado, del 20% al 2% en cuatro décadas. En Jerusalén se han quedado en 14.000 fieles, y en enclaves históricos como Belén, donde eran el 75% en 1967, hoy son el 12%.
Ante esta situación, sólo cabe rezar por el Papa y por su habilidad para moverse con soltura en este campo minado. Tras la bienvenida protocolaria de esta mañana en Tel Aviv, la tónica del viaje papal quizás la marque la visita de esta tarde al Yad Vashem, el museo del Holocausto.
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