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lunes, 14 de diciembre de 2009

en Ivirgarzama acaban de linchar a cuatro personas, parece una copia en pequeño de lo que pasa en Juárez que Dante Pino describe. culpable: la cocaína

Y es la realidad la que te muestra de manera descarnada la violencia y muerte que parece distribuirse como el pan de cada día. Es el resultado que le espera a una sociedad que se deja conquistar por el narcotráfico. Es la ciudad Juárez. En un país grande, que se entiende debería tener la capacidad de poder controlarlo, pero que lejos de aquello parecen estar.

Diez ejecuciones diarias, más de dos mil muertos en un año. Negocios cerrados, familias mutiladas, inseguridad y lo peor de todo una sociedad que se encarcela, que se encierra entregándose a esa violencia que la envuelve acostumbrándola a mirar los cuerpos baleados que caen en las calles al alcance de la mirada de los niños que ya no se admiran por la brutalidad esparcida en sus barrios.

Eso es todo. Así es cómo acaba lo que empieza como un inocente consumo y al final termina adueñándose de la vida y colocando a toda una sociedad contra la pared de la ejecución diaria. Son los resultados de la permisividad con la que se actúa y con la que se deja que esta actividad crezca y se expanda.

Lo que parece inofensivo encierra la muerte en su envoltorio. El narcotráfico no mira edades ni tiene compasión por nadie. En Bolivia se ha hecho creer a los indígenas y a los campesinos que la coca no tiene nada que ver con el narcotráfico, aunque en los hechos se les induce a producir pasta básica y clorhidrato. La mentira oficial ha servido entonces para adormecer a la sociedad y aletargarla mientras los tentáculos del narcotráfico se expanden.

Se ha usado un discurso político e ideológico convirtiendo a la coca en un signo de liberación antiimperialista. Se defiende todos los días la producción de la coca y se ha llegado a colocarla como un patrimonio cultural, por tanto algo sagrado que no puede ni debe ser combatido, induciendo al contrario, a preservarla y defenderla de los ataques del imperio yanqui.

Con todo esto, lo que está sucediendo en nuestra sociedad, se encubre bajo el manto protector del discurso y de las acciones que desde el Estado se traducen en protección real al ilícito negocio, desde la siembra de la coca, pasando por su transformación en cocaína y su comercialización facilitando la exportación de la misma, todo con el justificativo de la lucha contra el imperio y de un supuesto esquema de defensa de nuestros recursos naturales.

Y la sombra nefasta de los carteles de la droga no se detiene, se extiende inmisericorde y goza con su expansión, porque ha logrado lo que siempre soñó; tener bajo su dominio a gobiernos democráticamente elegidos, que sean enemigos de los Estados Unidos, que tengan la osadía de expulsar a la DEA y hasta al propio embajador para tener todo el territorio a su disposición. Han esperado desde el golpe de 1980 hasta el 2005 para tomar posesión de una base confiable. Ahora cobrarán la factura que han girado contra Bolivia.

Lo que sucede en ciudad Juárez ya comienza a suceder en varias ciudades bolivianas. Y quizás hasta que no veamos los cadáveres en nuestras calles, 10 por día, ajusticiados, seguiremos creyendo que la coca no es cocaína y que los que la protegen son sabios aymaras que han retornado para instituir un nuevo ciclo.

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