De lo periférico a lo urbano
Las estrategias de seguridad tomadas por estas organizaciones en la actualidad las han llevado a trasladar sus fábricas de cocaína de las zonas alteñas periféricas a las urbanas. Para ello, alquilan casas particulares o camuflan sus acciones bajo la apariencia de talleres de cerrajería, colchones o granjas avícolas, esto último para disimular el olor expedido por la coca macerada. “No es raro —admite Suárez— encontrar factorías en zonas populosas y residenciales, incluso a pocos kilómetros de la unidad especializada antidroga”.
Vega sostiene que estos nuevos métodos perjudican las investigaciones de la Fuerza especializada. “En las áreas alejadas de El Alto, sus camiones no pasaban inadvertidos y por eso se los podía atacar”. A esto se suma la preocupación por la irrupción de la moderna “técnica colombiana” en la elaboración de cocaína alteña, la que recurre a equipos para moler la coca que pueden ser trasladados de un lugar a otro, dejando de lado la factoría tradicional con sus pozas de maceración.
El empleo de estas trituradoras, señala Sanabria, fue obstaculizado en los años 90 del siglo pasado cuando los chakas pretendieron insertarlas en el proceso para camuflar mejor la hoja sagrada en sus vehículos y trasladarla en mayor cantidad. “Sin embargo, desde 2006 reapareció este sistema”. Por ello, ahora, los “rescatadores” venden la coca molida a un precio más alto a sus “contratistas”, y este “valor agregado” les beneficia porque pueden extraer más fácilmente el alcaloide de la coca.
El procedimiento, complementa Suárez, se caracteriza porque la hoja molida entra directamente en las tinas de maceración, construidas con venesta y fierros, donde es mezclada con componentes químicos, con la ayuda de un bastidor. El jugo sale a través de un grifo incrustado en un extremo del recipiente y después es combinado con ácido sulfúrico y bicarbonato de sodio. Luego la preparación ingresa en un periodo de secado, del cual resulta la pasta base de cocaína.
Esto ha comenzado a dejar sin empleo a los antiguos “pisacocas”, los encargados tradicionales de obtener el alcaloide de las pozas de maceración; ellos cobran entre 80 y 100 bolivianos por noche de trabajo en el suelo alteño. De igual forma, ha dejado en off side a la FELCN, que va perdiendo a sus principales informantes de la cadena del narcotráfico, los que por las bajas comisiones preferían delatar a sus “jefes” a cambio de una recompensa pecuniaria que otorga el sector antinarcóticos.
No obstante, el arribo de la “técnica colombiana” ha desencadenado otro efecto: la reducción de los clanes a sólo tres miembros: el capitalista, que compra los “ingredientes” para la fabricación de estupefacientes; el calero, experto en bioquímica que llega a cobrar entre 250 y 300 bolivianos por las mezclas, incluso sustituyendo insumos esenciales con cal, cemento o lavandina, aunque, eso sí, aún no ha podido reemplazar al ácido sulfúrico, y el ayudante, quien gana hasta 200 bolivianos por cada trabajo realizado.
“Esto —subraya Sanabria— les ha permitido mayor seguridad”. Incluso el esquema colombiano ha reducido el tiempo de elaboración de la cocaína, pese a que actúan menos personas. “De lo que preparaban cinco kilos de pasta base, en el mismo número de días han conseguido rebajar esto a un día. También con la coca molida han mejorado la calidad del producto y, según cálculos preliminares, han aumentado la producción con menos hojas, pero todavía falta determinar el porcentaje de esta incidencia”.
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