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martes, 20 de marzo de 2007

Hacia la despenalización de la hoja de coca. Uno

Desde hace veinte años continúa el interminable debate que nació a raíz del 21060 que planteó el problema de la relocalización de los miles de obreros que resultarían al cerrarse las minas del Estado como resultado de la inminente caída de los precios del estaño y otros minerales.

Días de angustia y dolor, de inconsolable sufrimiento para las familias dependientes del salario y de la pulpería barata. Se ejercitaron todas las formas de resistencia, nada podía doblegar la invariable decisión del Presidente Paz Estenssoro de ponerle candado a la COMIBOL, poderoso pool de empresas surgido de la Nacionalización llamado a desarrollar la industria minera, conseguir mercados para sus productos, explorar nuevos yacimientos y asegurarse eficiencia y productividad. Nada de esto se cumplió, por el contrario el ente convertido en un mastodonte burocrático terminó por acusar déficit endémico que tumbó la economía del país, además fue víctima de incontrolables factores externos.

Así las cosas, la preocupación fue paliar los efectos del drama generado por los desocupados, hasta que al Ministro Gonzalo Sánchez de Lozada se le ocurrió la genial idea de gratificar a las familias con un monto de 30 millones de dólares que “podrían emborrachar la perdiz” y despertar su creatividad para invertir sus indemnizaciones en proyectos productivos. Las familias se esparcieron por las ciudades y El Chapare especialmente donde era posible convertirse en colonizador, lo mismo había ocurrido en Montero y Los Yungas en otra relocalización, poco después de la Nacionalización (Octubre de 1953). Una parte apreciable del monto de sus finiquitos fue a parar a las inmobiliarias que virtulamente “se farrearon el capital de los mineros” (Caso Finsa) y terminó dramáticamente con quiebras criminosas.

Se alentó la vivienda social en el eje troncal, y el asentamiento en zonas agrícolas para cultivar la tierra. En mala hora, porque en lugar de irse al rubro de productos alimenticios, frutas y verduras, los esfuerzos se volcaron a la producción de la hoja de coca, que coincidió históricamente con el repunte de la cocaína a nivel mundial y por tanto la inducción del arbusto en cocaína.

El trópico hasta antes de este transplante poblacional no producía hojas de coca, más bien arraigada en Los Yungas y Totora. Los miles de mineros volvieron a sus faenas agrícolas como antes de convertirse en mineros, o emigrar a Argentina y Chile. Los mineros se transformaron en cocaleros y poco a poco, con la experiencia y el sentido combativo aprendido en la militancia sindical, se fueron convirtiendo en un grupo aguerrido de resistencia y de negociación, o si se prefiere de maniobrerismo organizado.

Recordar que el sector minero formó líderes como Lechin, Simón Reyes, Mario Torres, Irineo Pimentel, César Lora, Federico y Filemón Escóbar, justamente éste vinculado estrechamente a las organizaciones nacientes, le infundió toda la experiencia de 30 años de sindicalismo. Filemón fungió de maestro de los cocaleros y fué históricamente el ideólogo del MAS que lo elevó al Senado hasta su ruptura con Morales Ayma.

La coca del trópico se destinó a la elaboración del alcaloide, hasta cuando un convenio suscrito entre Estados Unidos y Paz Zamora, estableció la erradicación de la coca excedentaria al akulliku (masticación tradicional) cubierta por la coca yunguena. Durante los años dorados, entre 1983 y 92 se produjo un boom económico como efecto de la exportación al mercado norteamericano que se frenó casi en seco al ponerse en práctica la interdicción y la erradicación, privándole a la región, según los expertos de un promedio de 400 millones por año. La tarea fue realizada por los norteamericanos, la policía, el ejército y el Gobierno.

La embajada llegó a tener un mil funcionarios, tantos como en Colombia. Cuando el círculo se iba cerrando por acción de la DEA, los UMOPAR, los Fiscales Especiales, los cocaleros se fortalecieron y desde sus parcelas ideaban formas y alianzas para resistir la erradicación de las plantaciones. La lucha fue larga, de todos los días con no pocas víctimas de ambos bandos. El tema de fondo fue siempre la liberalización de la coca, o como Evo Morales repite a menudo “la desatanización”, y que se aprovechen sus cualidades sin destinarla a la droga.

Legalizar la droga y permitir su venta libre como ocurre con el tabaco y el alcohól es la meta ideal de todo un movimiento organizado, con muchísimos recursos, cientos o acaso miles de ONGs (Organizaciones No Gubernamentales) unas enmascaradas, otras menos encubiertas. Se trata de una acción articulada en las grandes sociedades incluyendo la norteamericana, que persigue no sólo despenalizar la hoja de coca, sino también la marihuana, cannabis, hasch, la heroína. Detrás de estos se mueven incalculables sumas de dinero.

Estados Unidos acusa una apabullante realidad que estremece, Oliver Ravell subdirector del Federal Bureau of Investigations (FBI. Gobierno de Clinton) puntualizó que más de 25 millones de norteamericanos habían probado cocaína, que 6 millones la consumían una vez al mes, que 3 millones eran dependientes y que cada día se agregaban a la masa de consumidores 5 mil adictos. El escalofriante informe añadió que en 48 estados de la Unión se cultiva marihuana que había arrojado ganancias de 18 mil millones de dólares, superiores al cultivo del maíz. (Continúa en Hacia la Despenalización II)

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