Investigación. La Razón hizo un recorrido por un prostíbulo, seis discotecas y un pub de la zona Central y Sopocachi.
Tráfico. Comprar dosis de marihuana o conseguir el teléfono de un distribuidor de cocaína no es una tarea difícil.Encuesta. Un estudio del Celin afirma que en Bolivia, los universitarios consiguen narcóticos en la calle, fiestas y discotecas.
Perfil. Especialistas dicen que la primera señal del consumo de drogas es la irresponsabilidad, además de otros factores.
“Chicas, ¿buscas chicas?. Pasa amigo, las chicas están buenas”. El ofrecimiento del empleado de un prostíbulo de la avenida 20 de Octubre es interrumpido abruptamente por el transeúnte. “Quiero pollo”, le dice. Sin mediar más palabras, el trabajador acompaña al visitante hacia la esquina y luego media cuadra hacia arriba.“Yo lo guardo aquí, por las batidas”, dice, mientras introduce su mano entre la reja y el vidrio de un inmueble. El paquetito, que parece estar forrado con cinta adhesiva aislante de color negro, contiene sobres con clorhidrato de cocaína, droga comúnmente conocida como pollo.“Pruébalo, está bueno. Cada pelpa (sobre) a 20 bolivianos”, añade, mientras abre el papel en la complicidad de las primeras horas del viernes 28 de agosto.“Es poco”, le dice el supuesto comprador que resulta ser un periodista de La Razón. “Dime cuánto quieres, te hago precio, te aumento. Pruébalo”, insiste el otro.La charla acaba cuando el reportero dice que irá a retirar 50 bolivianos del cajero automático y que luego probará la droga. “Así no llego speed (acelerado) a mi casa. Vos sabes hermano, si llego así, mi mujer me mata...”.El pedido, el ofrecimiento, la exhibición de la mercadería y el engaño no duran más de cinco minutos. Así de rápido, así de fácil, es conseguir droga en algunos locales nocturnos de La Paz.No es el único caso. El reportero visitó otros siete locales nocturnos —seis discotecas y un pub — del centro de La Paz.En una de las discos consiguió marihuana, en otra se obtuvo un teléfono de un distribuidor de droga (conocido como dealer, o pusher) y en una tercera se indicó que en esos momentos no estaba el vendedor de narcóticos.Hubo dos discotecas en que no se consiguieron contactos concretos, aunque en una se obtuvo el dato de que hay gente, en fines de semana, que distribuye. En el sexto local de baile, que es de remate, se presenció cómo un grupo de muchachos se drogaba con cocaína en uno de los ambientes. En el pub no se logró nada.La Policía reconoce el microtráfico y consumo en locales; pero dice que enfrentarlos no es fácil.El 1 de agosto, la Policía intervino uno de esos boliches, el pub Ruta 36, en Sopocachi, que sólo admitía a extranjeros. En el local se vendía cocaína y marihuana sin restricciones. El periódico británico The Guardian reportó que ese local era famoso en toda América del Sur y conocido como un “salón de cocaína”.El comandante departamental de la Fuerza Especial de Lucha Contra el Narcotráfico (FELCN), coronel Juan Fernando Amurrio, afirma que se han “identificado” algunos centros nocturnos de expendio de drogas, pero aclaró que no dará nombres hasta no confirmar la actividad ilícita .“No los puedo citar por dos situaciones, por fines de investigación y hasta que no haya una acción efectiva”, indica.El primer boliche que visita La Razón es una discoteca en la calle Santa Cruz que la frecuentan extranjeros. Ahí conseguir marihuana no resulta difícil.Un joven apoyado sobre una mesa parece un visitante más, pero en realidad espera a sus clientes. El periodista llega a él tras consultar a dos personas.“Tendrías que esperarme hasta más tarde si quieres que te dé más, ahora tengo sólo esto”, explica el muchacho, y extiende un papel con marihuana. El contenido es del tamaño de una moneda de un boliviano. El reportero le paga 10 bolivianos y se aleja. Veinte minutos después el distribuidor repite la venta con dos muchachos más. Es el sábado 22 de agosto.El recorrido sigue hacia una discoteca en San Pedro. Una de las personas dice que el pusher que frecuenta el lugar no está, pero de seguro que la próxima semana se presentará en el sitio.Horas después, La Razón visita una discoteca en la calle México, frecuentada por universitarios y extranjeros. Ahí no se consigue droga, pero sí el teléfono de un dealer.“Preguntale a él”, dice uno de los muchachos en el local y señala a un joven con un saco negro. Él es el contacto con el vendedor. Tras plantearle la consulta al oído responde: “puedes anotarte el teléfono de él (el distribuidor), ahora no ha venido”.En ese sitio el consumo de drogas en el baño es habitual. Hace unos meses, este medio constató que en el servicio higiénico de varones, que no tiene puertas, algunos inhalan cocaína en un rincón y otros lo hacen a la vista de todos.El recorrido por los boliches continúa el martes 25 de agosto. Esa noche, el periodista visita dos discotecas de Sopocachi. Si bien no se consiguieron narcóticos, en uno de los sitios uno de los clientes asegura que es posible comprar sustancias ilícitas, pero a un costo mayor.“Siempre habrá esa gente que vende poco para los que se quedan sin nada o quieren probarla. Pero es mucho más cara”. Agrega que los consumidores ya llegan con la droga al local.En la otra discoteca no hubo contactos, al igual que en un pub a unas cuadras de El Prado.Días después, el viernes 28, el redactor ingresa a una discoteca de remate en la calle México, tras pasar tres puertas de control. En menos de un año este sitio, que empieza a llenarse cuando los otros locales cierran, se ha cambiado de ubicación en dos oportunidades.Son las 03.30 y el lugar empieza a recibir a sus primeros clientes. “En el bar yo no te puedo vender (droga), pero vas a encontrar a gente que te venda hierba (marihuana) en la pista”, responde uno de los meseros en la planta baja del lugar.El sitio tiene un centenar de personas. A ratos se percibe un olor a marihuana en algunos lugares de la pista, pero no se ve a nadie fumando ahí.A unos metros están las gradas hacia el segundo nivel. Cuando el periodista sube ve a siete muchachos sentados en dos sillones en torno a una mesa de madera. Sobre ésta, siete líneas de cocaína, de unos seis centímetros de largo cada una, esperan ser consumidas.Uno de los jóvenes acerca su nariz a una “línea” y con un tubo delgado la inhala. Una mueca da por concluido el acto. Es el turno del siguiente muchacho...La euforia se apodera de los cerebros mientras afuera, la calle duerme ajena a lo que ocurre en este sitio clandestino.
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