Previus. Durante años fuí como muchos periodistas protestón ante la arremetida de la política internacional empezando por EEUU contra el narcotráfico. me parecía demasiada violencia, demasiado poder contra el nacotráfico que a su vez redoblaba, adquiría armas y tecnología para oponerse a la represión de tal comercio, porque de eso se trata "de un negocio sucio que mata primero el alma y luego el cuerpo", me costaba entenderlo. más tarde, por mis lecturas e investigación llegué a la conclusión que EEUU actúa de esa manera porque es un signatario de la Convención de Ginebra contra las Drogas y el Crimen, por tanto se justificaba su accionar y a la vez, por la presión si se quiere en contra de lo narco, a través de convenios con países productores de la droga en nuestro caso Colombia, Perú, Bolivia en ese orden por la cocaína, también llegué a entender que han sido, son los signatarios de los convenios con EEUU que han demandado una ayuda en las tareas de detección y de interdicción de la droga y en algunos casos de la hoja de coca, materia prima para la producción de la droga maldita, hasta que...
los muchos años de estar en Escandinavia, mis lecturas y averiguaciones me llevan a la conclusión que son, han sido los movimientos sociales, de los abstemios del alcohol y las drogas, los padres de familia, las organizaciones religiosas y humanitarias, los trabajadores, los estudiantes y los profesionales que le han ido marcando la ruta a la Unión Europea. preferimos una política dura de represión contra el narcotráfico en lugar de lamentar las muertes por sobredosis, los crímenes para conseguir la droga, las atrocidades que se generan por el sucio, mortal mercadeo del polvo blanco.
Lo que quiero decir Don Carlos Mesa es que los primeros que se oponen a la liberalización de la droga, de su despenalización, son los movimientos sociales. Le invito a documentarse a través de los documentos políticos sociales que se han producido sin ir lejos en Escandinavia, particularmente en Suecia donde sin muertes, sin grandes penas, el Estado mantiene a raya a los traficantes que causan la presencia de la droga, la reparten entre la juventud y entre los trabajadores, entre los artistas y profesionales. con penas de prisión severas y mano dura en el momento de la incautación de las drogas, se los mantiene a raya, por ello Suecia si se puede decir de esta manera "tiene la suerte de observar una criminalidad baja en relación al narcotráfico" si comparamos con otros estados. Estos conceptos, bien pueden servir para una introducción al debate. Mauricio Aira, editor.
Carlos Mesa. Un rostro sonriente, un dedo pulgar levantado. Si la imagen no mostrara a un par de soldados a diestra y siniestra del personaje, se podría confundir con una foto casual tomada por un teléfono celular a un hombre más bien joven sin ningún rasgo especialmente revelador, su nombre no interesa, es uno de los capos de uno de los cárteles mexicanos de la droga. Ni él mismo recuerda a cuántas personas mató personalmente y a cuántas mandó matar.
El Ejército mexicano abate al líder de Los Zetas, una de las organizaciones más poderosas del crimen organizado mexicano. A las pocas horas un “comando armado” secuestra su cadáver. Aún muerto es un símbolo. Lo han matado, pero los secuestradores del cuerpo quieren dejar esa muerte en entredicho, o cuando menos demostrar que su poder no ha mermado.
Cabezas cortadas, asesinatos masivos, torturas y vejaciones de cuerpos, la guerra contra el narcotráfico aumenta la violencia y genera una sensación cada día más terrible de inermidad.
Pregunta en un pueblo cualquiera de México a un par de niños de 12 ó 13 años: “¿Qué quieres ser cuando seas grande?”. Uno de ellos responde, sin duda: “Sicario”.
Si alguna vez creímos que las películas de violencia cuentan historias inverosímiles sobre acciones de un sadismo y una brutalidad irreal, hoy sabemos que lo que ese cine muestra empalidece ante la violencia descarnada, ciega, inconmensurable en el horror de la realidad.
Digo México como hace unos años podría decir Colombia y como dentro de unos años espero no tener que decir Bolivia.
Este carrusel demencial en el que estamos inmersos los latinoamericanos, tiene sin duda en la inseguridad uno de sus principales caballitos. La rueda sigue girando y en cada vuelta trae más sangre. A medida que pasan los años, no sólo contamos más víctimas de la violencia, sino que su expresión retrata niveles de insensibilidad y encallecimiento de todos. Quienes matan han perdido cualquier atisbo de humanidad, matan sin pestañear. Muchos le han encontrado el gusto generado por sus pulsiones más hondas.
Tras las balas y los machetes que siegan vidas está una inmensa montaña de dinero, en los cárteles, en los capos de una estructura que ha tocado con su color de rojo intenso a los narcos grandes, pequeños y medianos, a traficantes de armas, a bancos, gobiernos, policías, ejércitos, organizaciones sociales, y por supuesto a consumidores que alimentan al monstruo todos los días y en todas partes. Estructuras gigantescas diseminadas por el mundo que no quieren o no pueden hacer nada para controlar de verdad esta plaga que nos ha penetrado hasta los tuétanos.
A la hora de la verdad, a la hora de las decisiones, la respuesta de las naciones más poderosas del mundo, particularmente Estados Unidos y algunas de Europa, es: la guerra debe continuar, así como está, en los mismos términos del fracaso cotidiano, con las mismas personas poniendo el pecho a las balas. En los últimos 30 años, un continente, el nuestro, ha puesto la mayor cantidad de muertos en el mundo como producto de la guerra contra el narcotráfico, ha visto incrementarse hasta el delirio sus cifras de violencia directa y derivada de esta actividad. Ciudades como Caracas, San Salvador, Tegucigalpa, Ciudad Juárez, o Río de Janeiro, para mencionar unas pocas al azar, viven tragedias repetidas por cientos y por miles, tragedias que se entierran y se olvidan, porque no se puede vivir empapado en sangre toda la vida. Bolivia comienza ya a transitar peligrosamente por esa ruta con muertos en las calles por ajustes de cuentas, mafias crecientes y comunidades enteras penetradas por el delito.
¿Por qué razón tenemos que pagar este absurdo precio y seguir dando vueltas como ciegos sin lazarillo en este camino absurdo trazado por las naciones consumidoras de antaño (ahora el consumo es ya un problema en todas partes)?
La respuesta es muy sencilla, mientras Estados Unidos no modifique su estrategia, nada se podrá hacer. Una estrategia fallida, cargada de doble moral e hipocresía, alimentada por una burocracia que vive de ello y penetrada, como todos los países, pero en la dimensión de su gigantesco tamaño, por los problemas de corrupción, cárteles de la droga (cuyos capos nunca aparecen), traficantes de armas, bancos lavadores y el largo etcétera de este poder apocalíptico.
No debemos descansar hasta lograr una modificación de esta política internacional que afecta de un modo tan directo a América Latina. Es tiempo de que uno de los temas centrales de la comunidad de naciones de la región sea exigir con vehemencia un cambio radical en la dirección absurda de la lucha contra el narcotráfico.
Sí, de lo que estamos hablando es de comenzar el debate de la descriminalización, despenalización o legalización. Tres niveles distintos, tres respuestas distintas, debatibles y polémicas sin duda. Lo que no es debatible es continuar como estamos. La sangre amenaza con ahogarnos.
El autor fue Presidente de la República
http://carlosdmesa.com/
Twitter: @carlosdmesag
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