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miércoles, 3 de octubre de 2012

Mario Rueda Peña se ocupa de la coca y de la cocaína de los precios de una y otra de las grandes diferencias de fábrica y de comercialización y finalmente de la tendencia a despenalizarla


La cocaína es una suerte de “oro blanco” para los grandes carteles del narcotráfico que controlan el negocio de la droga a escala intercontinental. Les cuesta solamente entre 1.000 y 2.000 dólares el kilo del repudiable potingue que sus intermediarios fabrican en Colombia, Perú y Bolivia, en tanto que en Estados Unidos, España y otros países europeos, la misma cantidad la venden a precios que oscilan ¡entre los 28 mil y 40 mil euros!
Varios factores determinan que accedan a la gran ganancia que les significa tan espectacular diferencia entre costo de compra y precio de venta. Se tiene, en primer lugar, el bajísimo valor de la materia prima (coca). Luego, el efecto comprensor que genera en la oferta la penalización del tráfico de la droga y las incautaciones policiales del producto. Agrega lo suyo la distancia geográfica entre los países productores y consumidores. Todo esto hace que el precio de la droga se mantenga alto, para solaz de los grandes narcotraficantes.
En términos globales, a escala universal, la lucha antinarcóticos registra avances poco significativos. No fue de mucha ayuda cierta reducción de los cultivos de coca en Colombia, Perú y Bolivia ni el recrudecimiento de las operaciones antinarcóticos, no sólo en estos países, sino también en México, naciones centroamericanas y Estados Unidos. Con estas cercenadas sólo pierden pequeñísimos retazos de la cola esos poderosos leones que son los carteles de la droga que operan desde México, países del Caribe y Colombia.
Organismos especializados estiman que los réditos anuales de las poderosas narcobandas se aproximan a nada menos que a la cifra global de 400 mil millones de dólares, figurando entre los países de mayor consumo de droga Estados Unidos y los del continente europeo, con España a la cabeza.
Últimas evaluaciones sobre el tema hacen rebrotar el debate surgido en los años 80 entre países que producen o consumen la cocaína. Los primeros, igual que antes, le echan la culpa de todo a las naciones a cuyos mercados va a parar la droga, reprochándoles no hacer lo debido para restringir al mínimo la demanda. Los países consumidores, con Estados Unidos y Europa a la cabeza, consideran que las naciones productoras del estupefaciente deben radicalizar sus tareas de interdicción y reducción de cultivos de coca, en las que se hallaría la clave para superar el mal.
Al medio, desde ciertos círculos intelectuales y políticos, los partidarios de legalizar el consumo de la cocaína. Creen que si esto se hace, el precio del estupefaciente caerá en picada y las narcobandas emprenderán la retirada del negocio, tal como lo hicieron en Estados Unidos, en la década del 20, las bandas de mafiosos, tras el levantamiento de la prohibición del alcohol. Un debate que no acaba y proseguirá en adelante.

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