Las narcojefaturas no tienen necesidad de instalarse en Bolivia, como lo están en México y Colombia. Les basta con enviar a sus operadores
Actualmente, el narcotráfico es un negocio que desde México y Colombia, poderosos “carteles” dirigen a escala transnacional. Tienen bajo su control las fases de producción, acopio, transporte y comercialización de las drogas. Disponen para ello de redes cuyas puntas terminales llegan a cada uno de dichos espacios.
En México sobresalen las temidas bandas “del Golfo” y los “Zetas”. Hasta no hace mucho, ambas tenían las pupilas bien puestas en el mercado norteamericano, hacia el cual contrabandeaban el mayor porcentaje de la cocaína fabricada en Colombia, Perú y Bolivia. Europa está ahora en la mira de su narcocatalejo. No es casual este cambio de enfoque, sino resultado de una creciente baja del consumo de la “blanca” entre los gringos de la potencia del norte, a la que acompaña un descenso en el precio de la droga. En cambio, en los países europeos, con España a la cabeza, la cocaína se encarece y el consumo aumenta.
Los carteles colombianos “Los Rastrojos” y “Norte del Valle” (herederos del extinto “Cartel de Medellín”) cierran ahora filas con los mexicanos “Del Golfo” y “Los Zetas”, para sacarle todo el jugo posible al mercado europeo. Actualmente, al viejo continente va más del 80 por ciento de la cocaína que producen Colombia, Perú y Bolivia, mientras el 20 por ciento restante se reparten Estados Unidos y países del Asia. Otro de los alicientes para tales bandas es el bajo precio de la cocaína elaborada en Bolivia (3 mil dólares el kilo) frente a los 39.000 dólares que se paga por igual cantidad en Europa.
Los carteles mexicanos y colombianos cuentan con “Comandantes en Jefe” y toda una estructura de “Estado Mayor” que al estilo castrense, en el marco de tácticas y estrategias, a escala nacional e internacional, definen rumbo y tipo de operaciones a tomar y ejecutar, respectivamente. No se excluyen de estos esquemas tareas de inteligencia (espionaje, infiltración en sectores políticos, policiales y sociales).
Lo tienen todo tan bien organizado y previsto que no confrontan necesidad alguna de instalarse en forma directa en ninguno de los países sudamericanos involucrados en el circuito coca-cocaína. Digitan el negocio a través de “operadores” (colombianos, principalmente) encargados de la adquisición de materia prima (coca), de su transformación en droga y posterior contrabando en el exterior.
Para la elaboración de la droga instalan fábricas sujetas a tecnología de punta, a las que generalmente camuflan en la selva. Disponen de los suficientes recursos con los cuales habilitar pistas de aterrizaje para avionetas destinadas al contrabando de droga.
Las narcojefaturas, así como sus estados mayores, no tienen necesidad de instalarse en Bolivia, como lo están en México y Colombia.
Les basta con enviar al país a sus operadores para dirigir a control remoto, pero totalmente idóneo, todas las fases del execrable negocio.
El autor es periodista
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