Dice el refrán que alabanza en boca propia es vituperio. Me pregunto si es cierto en el caso del Informe del Monitoreo de Coca 2011 en Bolivia, expuesto por César Guedes, representante de la Agencia contra la Droga y el Delito de la ONU (Unodc) en La Paz, Santa Cruz y Cochabamba, que alborotó a los cerebros del Ministerio de Gobierno. Coincidente, y convenientemente, publicaron un fascículo de cuatro planas festejando una reducción del 12 por ciento en sembradíos de coca en el Chapare y los Yungas.
¡Qué gana de ver el vaso mitad vacío y no mitad lleno!, dirá alguno. Es que importa anotar las tendencias. En 2005, por ejemplo, se dio una reducción de cocales, seguida por cinco años de sostenida alza. ¿Será la reducción de 2012 un hecho aislado?
Habría que ver en coca, no sea que cada lustro se tire un poco de maicillo para que picoteen las gallinas “come-puchi”, como llamo a las sabrosas criollas con su hilera de huevos en el buche, que es como percibo escrudiñar el trasfondo de la noticia.
Hay más detrás de lo que se ve a simple vista. Dice el Ministro de Gobierno que se ha logrado “dignidad con soberanía”, para alardear que a diferencia de Colombia y Perú, “una gran parte de la producción de la hoja sagrada en nuestro país se destina al consumo tradicional”. ¿Cuánta coca? No se sabe. El segundo estudio del uso tradicional de la coca en Bolivia se viene postergando para las calendas griegas. Puede que ya no esté William Carter, pero su mano derecha, el antropólogo Mauricio Mamani, sería garantía de que un nuevo estudio no calcule que cada cachete se hincha con dos kilos de hoja. Es enorme la presión internacional para que dicho estudio se realice pronto, dice Guedes, y luego de presiones vienen sanciones: Bolivia podría perder acceso a mercados europeos. ¿Y si a los voceros de la soberanía les importa un bledo, como el mercado Atpdea para las textileras de El Alto, que tiene a tantos comiendo dignidad?
Pareciera que el Gobierno insiste en que más bolivianos sean “akullikadores”, cual si ello indicase menos pichicata. No es así.
¿De cuánta coca estamos hablando? Dice el representante de la ONU estar atado de manos porque las cifras de rendimiento deben ser provistas por el Gobierno. Sin embargo, de acuerdo al Informe de la Unodc, sólo en el trópico de Cochabamba –las provincias Chapare, Carrasco y Tiraque- se detectaron 8.501 Ha en 2011, y 10.027 en 2010, una reducción de casi 15 por ciento. Si el “cato” al que tienen derecho los cocaleros es de 1.600 m2, entonces habrían 53.131 “catos” en 2011, y 62.669 en 2010. Esto discrepa con las 70.000 parcelas que anota la Unodc.
En 1979, Prodes efectuó pruebas de rendimiento de la coca en el Chapare. Muestrearon “catos” en zonas altas y bajas en producción, clasificadas con base en que siendo la coca un cultivo que “esquilma” la fertilidad de los suelos, mientras más viejo el cultivo, menos coca. El promedio de rendimiento fue de 110 kilos de coca por cato. Sin contar que la coca nueva se cosecha cuatro veces al año, 5.844.410 kilos en 2011; 6.893.590 kilos en 2010. La Unodc indica que el 92 por cieto de la coca del Chapare elude el control del mercado estatal y se presume va a la droga. Significaría 5.376.897 kilos de coca en 2011; 6.342.103 kilos en 2010.
“La tecnología ha sobrepasado todo”, dice Franklin Alcaráz, director del Centro Latinoamericano de Investigación Científica (Celin). Más que contar las hectáreas y los kilos de coca, importa la tecnología que se usa para obtener más droga. Ejemplo es el llamado “método colombiano”, que mejoró la eficiencia de obtención de cocaína del 45 por ciento hasta un rango de 55 a 70 por ciento del peso de la hoja. Con nuevas técnicas, calcúlese la cantidad presumible de pichicata con el menor porcentaje de eficiencia obtenida: 55 por ciento. Si fueron 2.630 toneladas en 2011 y 3.102 toneladas en 2010 con procedimientos antiguos, serían más de 2.957 toneladas en 2011, más de 3.488 toneladas de cocaína en 2010 con el método colombiano. Con el 70 por ciento de eficiencia, la producción sería casi 3.764 toneladas en 2011; más de 4.439 toneladas el año 2010. Contrasten eso con las cifras de incautaciones de la Felcn, que redondeando cifras, fueron un poco más de 28 toneladas de pasta base de cocaína, y casi seis toneladas de clorhidrato de cocaína el año 2011; el año anterior fueron poco más de 25 toneladas de pasta y poco menos de tres toneladas y media de clorhidrato de cocaína el año 2010.
Si de tendencias se trata, impactantes fueron los gráficos con base en imágenes satelitales. La Unodc sólo consideraba las zonas “tradicionales” del trópico de Cochabamba y los Yungas de La Paz (ojalá sin La Asunta, que no es tradicional). Como el cirujano que debe extirpar no sólo el cáncer de los cocales ilegales, sino su región circundante de expansión, hay nuevas plantaciones y, seguramente, fábricas de cocaína, en las áreas protegidas de Bolivia. En el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure (Tipnis), el Parque Nacional Carrasco, el Parque Amboró, la Reserva Forestal de Choré, el Área Natural de Manejo Integrado de Apolobamba, los Parques Nacionales y Áreas de Manejo Integrado de Cotapata y Madidi. Esto, sin contar los rebalses de Yapacaní, de Caranavi, y las salpicaduras en San Borja.
Mientras más antiguo el cultivo, menos rendimiento. Tal es el quid de ampliar la frontera agrícola a costa del Tipnis y otras áreas protegidas, invadidos por arrimados al auge de la coca para la droga. ¿Será nomás que somos una república de la cocaína, como dice Veja?
El autor es antropólogo
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