La decisión de Lula de culminar su gestión afrontando el problema de las drogas permite prever cambios en las relaciones entre Brasil y Bolivia
Con la iza de la bandera brasileña en el punto más alto del “Complexo do Alemão”, un conjunto de favelas de la zona norte de Río de Janeiro, el Gobierno de Lula da Silva quiso simbolizar, ayer domingo, la recuperación del control del Estado sobre un territorio que desde hace más de 20 años era controlado por el “Comando Vermelho” (Comando Rojo), uno de los grupos que controla el negocio de las drogas.
Según los informes oficiales, culminó así un operativo más militar que policial que durante los últimos días se propuso, y aparentemente logró, propinar un golpe sorpresivo y letal a las mafias del narcotráfico. Centenares de policías con apoyo de tropas del Ejército muy bien equipadas, helicópteros y carros blindados fueron movilizados para ello con una fuerza que, por lo menos según los últimos reportes, logró una rápida y contundente victoria.
Es muy significativo que eso haya ocurrido precisamente cuando está a punto de concluir la gestión presidencial de Lula, y cuando ya están en la fase final los preparativos para que el 1 de enero asuma el gobierno Dilma Rousseff. Es que si en algo están de acuerdo oficialistas y opositores en Brasil es en que la lucha contra el narcotráfico era una asignatura pendiente de Lula, y Rousseff no estaba dispuesta a iniciar su gestión con tan pesada herencia a cuestas.
Tampoco las fuerzas policiales y mucho menos las militares estaban dispuestas a dejar que por consideraciones políticas se continúe eludiendo un peligro que con cada día que pasaba se hacía más temible dejando que maduren las condiciones para que en Brasil se repita una experiencia tan traumática como la mexicana.
Con esos antecedentes, y asumiendo que no se trata de un asunto ante el que se pueda actuar con contemplaciones, Lula da Silva optó por dar un golpe suficientemente contundente como para reducir sustancialmente la posibilidad de reacción de las organizaciones delictivas.
Según los primeros informes, el objetivo fue en gran medida alcanzado. Y aunque no se descarta una ola de represalias, todo parece indicar que el Estado brasileño, a diferencia del mexicano, ha logrado su objetivo.
Es evidente, sin embargo, que el Estado brasileño ha ganado sólo una batalla en medio de una guerra que está muy lejos de haber terminado, una guerra que se libra en muchos frentes y que no se podrá ganar si con el mismo vigor con que se actuó en uno de ellos no se procede en todos los demás.
Y ahí es donde el asunto comienza a involucrar directamente a Bolivia. Es que las autoridades brasileñas están plenamente conscientes de que buena parte de la droga que es negociada desde las favelas de Río de Janeiro proviene de Bolivia y algo se proponen hacer al respecto.
Brasil ha mostrado cuán firme es la voluntad con la que está dispuesto a afrontar el problema en su frente interno, lo que hace suponer que, a partir de ahora, no será menos firme cuando tenga que hacer algo en su frente externo. Y eso se refiere a las actividades relacionadas con todos los otros eslabones de la cadena de la droga: cultivos de coca, su transformación en cocaína y su transporte y comercialización hasta las favelas brasileñas y a través de ellas hasta Europa y Asia.
Siendo así las cosas, bueno sería que la diplomacia boliviana se prepare para afrontar los cambios que ya se ven venir.
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