El ‘cambio’ liderado por el ‘evismo’ está atravesado de curiosas contradicciones desdibujadas por el simplismo y el estridente discurso antineoliberal. Cada vez se hace más fácil validar la hipótesis de que el proyecto ‘revolucionario’ masista se sostiene en la emergencia de la informalidad en todas sus formas –económica, social y política–, ya sea virtuosa o perversa. Hoy existen razones suficientes para sostener que, desde el punto de vista económico, productivo y comercial, el MAS sí tiene una vanguardia neoliberal. ¿A quiénes aludo con semejante provocación? A los productores de la hoja de coca, a las miles de familias que engruesan día a día este sector o se asocian, directa o indirectamente, al mismo. Tras fallidos intentos hoy se cumplen mínimamente los compromisos internacionales de control de la expansión de las hectáreas excedentarias; en otras palabras, el productor cocalero es parte de uno de los sectores privados menos hostigados por el oficialismo. En realidad, es un agente al que rodea una imagen heroica, símbolo de patriotismo y dignidad. El principio del liberalismo clásico les cae como anillo al dedo: “Dejar hacer, dejar pasar”. Estados Unidos, antes celoso fiscalizador en materia de erradicación, es hoy más flexible. ¿Para qué crearse inconvenientes si la producción de cocaína, que la coca excedentaria alimenta de manera sostenida, ya no se destina a consumidores estadounidenses? Resulta difícil distinguir la sagrada hoja de coca de la cocaína, diferencia que su uso y destino se encargan de confirmar en uno u otro sentido. El mercado de la pasta base o cocaína ya cristalizada se desplazó a Brasil, Argentina y países europeos. ¡Que ellos se compren el pleito que corresponda! Ése parece haber sido el mensaje de la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, en su reciente visita a países de la región. Pero, ¿por qué vanguardia neoliberal? Muy simple. Es un sector que no desaprovecha oportunidad y la debilidad de los gobiernos para disminuir controles y barreras estatales. Es parte del núcleo político más duro y movilizado para defender al Gobierno presidido por su máximo dirigente, y no pierde ocasión para reprenderlo cuando de concertación y diálogo con la oposición se trata. Arrinconaron a gobiernos, conquistaron el cato de coca por familia, ampliaron la superficie de cultivos legales –entre tanto no se efectivice un estudio del mercado tradicional– y no faltan quienes reclaman hoy el reconocimiento del cato por productor.Es organizado y eficaz en la defensa de sus intereses, y menos estigmatizado que otros gremios productivos. Sintonizado al mundo globalizado, es sensible a los caprichos y altibajos del mercado nacional e internacional. Sin culpas, se expande aun a costa de sacrificar la producción agrícola de Yungas. Contradice el esquizofrénico planteamiento oficial pro soberanía y seguridad alimentaria. Altamente rentable, introduce tecnologías y sistemas de comercialización cada vez más sofisticados. La coca prensada y la harina de coca comienzan a dar dolores de cabeza a los ahora benevolentes fiscalizadores de los mercados de la coca legal. Nadie los interpela por el incremento de los precios destinados al consumo tradicional y casi logran liberalizar su comercialización. Hacen parte de una oligarquía emergente empoderada. Liberal en sus aspiraciones y sin restricciones morales, aprovechan el momento. En definitiva, ¡son la envidia de productores formales e informales, campesinos y no campesinos vinculados a la cadena productiva de aceite comestible y de la agroindustria nacional, hoy golpeada por el Gobierno y la naturaleza!
* Politóloga y ex parlamentaria, erikabrockmann@yahoo.com.mx
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