Como todos estamos al tanto de lo que pasa en este pobre país, ya sabemos que el excomandante de la Policía general Óscar Nina en sus declaraciones ante los fiscales ha develado ciertos avales y nexos con algunos exministros de Gobierno en sus actividades ilícitas. El actual ministro de Gobierno, deslindó ayer toda responsabilidad y participación de las exautoridades aludidas. Unos días antes el Vicepresidente, siguiendo la misma línea discursiva, ha limpiado la imagen de otras autoridades masistas involucradas fehacientemente en hechos delictivos, y que tienen nexos con organizaciones indígenas, enfatizando que “no me toquen a la organización (…) es sagrada, histórica, es lo que sostiene la vitalidad de nuestra patria”.
Las declaraciones de estas autoridades sólo demuestran una gran dosis de crueldad. Nos están mandando el mensaje imponente de que el Gobierno y sus operadores tienen un hálito divino que les coloca en un recinto de infalibilidad. De demostrarse un vínculo fehaciente con alguna actividad criminal o una alianza manifiesta con los grupos delincuenciales que operan en el país, especialmente los combinados con el narcotráfico, el contrabando, la corrupción o el enriquecimiento ilícito, el funcionario desgraciado puede que soporte el abandono total de parte de sus protectores oficialistas o se beneficie de un resguardo bienaventurado, según la suerte.
Siempre, en el peor de los casos, el Gobierno utiliza el mismo lenguaje empobrecido para negar sus nexos y vínculos con esos lobos solitarios que (supuestamente) operaron sin el aval oficial y obraron libremente en los fértiles bosques de la ilegalidad. Este desprecio a sus correligionarios corruptos, muestra una faceta muy ruborizada de sentimientos encontrados en los principales líderes del partido de Gobierno; que de forma simultanea expresan un desprecio desmedido por los nexos que sostienen sus operadores con lo ilícito, y al mismo tiempo muestran un aprecio íntimo por sus nexos con las mismas personas que en el pasado les habían complacido. Esta ambivalencia abre la posibilidad de generar deducciones descabelladas en busca de respuestas lógicas. Por ejemplo, el lector podría suponer sobre qué fue lo que primó en la mente del Presidente del Estado, para que elija al general Nina como Comandante de la Policía Boliviana, entre muchos postulantes. ¿Qué se ofrecieron entre partes? Desde ya, esta es una pregunta irracional, como sería también la respuesta.
Sin ser la excepción, en las altas esferas del Gobierno de manera privada e íntima, se deben desarrollar unas sesiones intensas en que las autocríticas sobresalen de los límites. En cualquier organización que pretenda reconstruirse permanentemente, la autocrítica es la mejor metodología para reencontrarse. Lo negativo de este proceso reflexivo es que el Gobierno nunca ha adoptado una posición autocrítica frente al pueblo, ha preferido siempre exhibir con toda vehemencia ese “superego” masista que a todas luces resulta siendo protector, infalible y límpido. Por esto es que cada vez que el Gobierno niega sus nexos con los malhechores, también está demostrando una contundente carga de miedo de que se termine probando que está muy aliado con el delito. Por lo demás, y con la misma fortaleza con la que niega sus vínculos con el narcotráfico o el contrabando, el Gobierno debería liberarse de sus nexos sagrados con esas organizaciones sociales o políticas que sirven de cobijo a los delincuentes.
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