Ya no es una novedad el hecho de que el gobierno de los Estados Unidos publique una nota de reprobación respecto de la lucha antidrogas de Bolivia. Lo nuevo del caso es que nuestro país comparte ahora un deshonroso puesto junto a Birmania y Venezuela, naciones que supuestamente han incumplido los compromisos internacionales relacionados con el tráfico de estupefacientes, comercio de precursores químicos y eliminación de cultivos que sirven de materia prima para la fabricación de drogas peligrosas.
Pero más llamativo es que este llamado de atención llega pocos meses después de que la entidad de la ONU dedicada al combate del narcotráfico publicó sendos elogios a la política nacional en contra de los narcotraficantes y más precisamente, ponderó la erradicación de cultivos de coca y la disminución del potencial de elaboración de cocaína, un producto que coloca a Bolivia a la cabeza de las exportaciones en Sudamérica.
Alguien tiene que dar la cara para aclarar esta aparente contradicción, pues está claro que no se está diciendo toda la verdad o al menos existe una mirada complaciente sobre un fenómeno que a todas luces se muestra con mucha fuerza, con indicadores que conmueven a la opinión pública, como el aumento de la violencia, los ajustes de cuentas y el florecimiento de crímenes como el secuestro, la trata de personas, el tráfico de armas de guerra y por último la cada vez más innegable presencia de cárteles internacionales en el territorio.
Lógicamente, las autoridades nacionales han salido al cruce del pronunciamiento estadounidense, pero lo hacen sobre la base de adjetivos y de un rechazo al presunto intervencionismo. Lo ideal sería que ya sea por separado o en conjunto con la ONU, como se hizo con el auspicioso informe que se brindó hace poco, se le diga a la opinión pública en qué se equivoca Estados Unidos y qué hay de cierto en la afirmación de que la lucha antidrogas ha mejorado sin la ayuda internacional, algo que venimos escuchando desde hace años, pese a que la realidad dice algo muy distinto.
Para llegar a una conclusión certera no solo hace falta basarse en la ONU y lo que dice la Casa Blanca, sino en lo que se observa en los países vecinos como Perú, donde autoridades de seguridad han afirmado que Bolivia se ha convertido en una zona de tráfico abierto de la cocaína que se fabrica allí y prueba de ello es la gran cantidad de vuelos furtivos que salen desde las pistas fronterizas peruanas rumbo a sitios de gran actividad, como la Amazonia boliviana, donde el mismo gobierno parece haber perdido el control, tal como lo afirmaron recientemente autoridades nacionales.
Conviene también observar lo que pasa en Chile, en Argentina y Brasil, países limítrofes que hacen esfuerzos extraordinarios para frenar la avalancha de droga que pasa desde Bolivia, con fronteras que se calientan con hechos de violencia, vuelos clandestinos, autos robados, decomiso de armamento y otros hechos que delatan una intensa actividad de los narcos.
En todo caso, se necesita darle mayor credibilidad a un tema muy delicado. Bolivia ha sido sindicado no solo por Estados Unidos, sino por toda una comunidad internacional que se siente afectada por la aparente permisividad que reina en el país. No debemos tomarlo como una intromisión, sino como una advertencia, porque al final de cuentas el problema crece y somos todos los bolivianos los principales afectados.
Para llegar a una conclusión certera no solo hace falta basarse en la ONU y lo que dice la Casa Blanca, sino en lo que se observa en los países vecinos como Perú, donde autoridades de seguridad han afirmado que Bolivia se ha convertido en una zona de tráfico abierto de la cocaína que se fabrica allí.
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