El que Mario Castillo, secretario de relaciones de las seis federaciones de cocaleros del Chapare, diga que sus bases no aceptarán la presencia de los erradicadores “voluntarios”, es algo grave. Si la noticia ha sido marginada no quiere decir que sea menos importante.
Quiere decir que la “erradicación voluntaria”, de la que se ufana el presidente Morales, ha fracasado. Castillo dice que no aceptan a los erradicadores porque en las zonas donde no hay el programa voluntario nadie erradica nada.
Traducción: allí donde no se reconoce el liderazgo de Morales, el cultivo de coca es libre y descontrolado. Los seguidores del presidente envidian a esos cocaleros libres. Y se están liberando.
Esto se produce cuando el presidente está en Austria defendiendo a la coca libre y, de paso, discutiendo con la empresa que debe construir el teleférico de La Paz, que ha recibido 100 millones de dólares de adelanto para una obra que costará 260 millones (la mitad, sobreprecio).
La rebelión de las bases cocaleras del Chapare llega cuando Brasil exige al gobierno boliviano que se proponga, de veras, frenar la producción de droga y su exportación.
Pero también significa que los cocaleros de Morales están molestos por el hecho de que el precio de la hoja ha caído a la mitad en los últimos meses como efecto de dos causas: *la sobreproducción y *los férreos controles que ponen Brasil y Chile para el ingreso de la droga en sus territorios.
El panorama global es mucho más preocupante: los cocaleros de los Yungas, especialmente los de La Asunta, dicen que no aceptarán la presencia de los erradicadores porque la coca paceña es legal, al contrario de la cochabambina.
En suma, la producción de coca se ha descontrolado. De nada sirve que el dirigente máximo de los cocaleros del Chapare haya sido elegido presidente de Bolivia: los cocaleros tienen sus propios planes, sus propios intereses, y quizá no tienen deseos de jugar a la política ni casarse con proyectos prorroguistas.
Sólo les interesa que los territorios que ocupan sean libres de la presencia de funcionarios de un Estado al que no prestan ninguna atención, llámese lo que se llame, con banderas sobrias o colorinches. Exactamente como los cocaleros del Cauca de Colombia o los del VRAE de Perú.
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