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miércoles, 22 de febrero de 2012

algunos nombran como "la descriminalización", otros legalizar, despenalizar como quiera se trata de imponer una liberalidad que se opone a la restricción de la Ley en cuanto al tráfico de drogas. nuestro editor se suma al debate.




 Despenalizar o la ruta al despeñadero
Mauricio Aira

Cristo de la Concordia. Editor MA. Poseidón de Gotemburgo

Los Tiempos abrió el debate instando a llevarlo adelante con responsabilidad, espíritu reflexivo y tomando en cuenta también el contexto internacional. Ha citado la declaración del Jefe de Estado de Guatemala que propuso justamente ingresar a un debate franco sobre el tema de la despenalización. Tarea nada fácil tomando en cuenta los grandes intereses que giran en torno.

Si llegara la despenalización, el aumento de consumo de drogas provocaría de inmediato mayor mortalidad, especialmente en colectivos pobres, comparable al consumo del tabaco que provoca muerte y enfermedad apenas menguados por la profusa publicidad para reducir su consumo todavía muy grande en los países ricos. Para el 2030 se estima que más del 80% de las muertes por tabaco tendrán lugar, no obstante, entre los subdesarrollados.

Suecia caracterizada por su política restrictiva tuvo un período de cierta permisividad en los 60 permitiendo como más tarde lo hicieron Suiza y Holanda la distribución de opiáceos y anfetaminas, lo que provocó enormes gastos, aumento de la violencia, el crimen y las muertes por sobredosis lo que condujo a una política de desintoxicación y abstinencia bajo el mandato de “tolerancia cero”.

En Suecia no se castiga al consumidor “se le sentencia a rehabilitarse”, ya que no es asunto sólo de policías o visitadores sociales es problema de toda la sociedad habiéndose comprobado que el sólo hecho de penalización ahuyentó un 50% de los consumidores.

No es posible aceptar la legalización, ni siquiera contemporizar con la droga, porque se trata de “una enfermedad del espíritu que se halla en la huída de la realidad a través de la droga”, que destroza al hombre, a la mujer, que la consumen sea que la compren o reciban de regalo. Una que otra comuna de España y de Dinamarca ha retomado la táctica de repartir droga entre los adictos creando “ciudadanos de segunda clase. Drogodependientes cuya vida está ligada al sistema”.

Conocer esta forma represiva por dentro resulta aleccionador, no son los políticos, ni los policías sus promotores y guardianes, son los padres de familia, los colectivos sociales que previenen “ser cuidadosos y descubrir cualquier alteración de conducta de niños y jóvenes que por influencias perniciosas, ignorancia o engaño son inducidos al vicio”. Los adolescentes que lanzan señales de alarma tienen que ser de inmediato asistidos por sus padres, por los maestros, por el entorno comunitario.

Repetir que la resistencia a las drogas ha fracasado sin ofrecer pruebas fehacientes y sin contemplar otras realidades en que interviene la sociedad misma con una actitud positiva, permanente de prevención, incluyendo a los jóvenes en la sociedad de bienestar y de reparto equitativo, es decir abriéndoles el mercado de trabajo, resulta mejor receta que abriendo las puertas hacia el despeñadero de un consumo libre, sólo controlado por la capacidad de discernir de una ingente población no preparada para ello. No podemos ignorar la incalculable capacidad de quienes prohíjan contra viento y marea una despenalización ipso-facto.

En el terreno concreto de la realidad boliviana tienen que ver factores políticos y sociales de muy poderosa influencia, para nombrar uno,  permitirán acaso “los cocaleros hoy en día ciertamente poderosos” que se venda libremente la cocaína sin restricciones? Dónde podrían colocar su producto habida cuenta de una caída brutal del precio de la coca?

Las contradicciones oficiales sobre la despenalización crean ambiente de incertidumbre y especulación que frena la prosecución abierta de un genuino debate. A menudo confunden las acciones en favor del acullico con las tareas para despenalizar o legalizar la cocaína.








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