Los violentos aborrecen el diálogo, prefieren resolver los conflictos con el uso de la fuerza física, las armas, la tortura y el miedo. Los que aman la paz, se oponen al uso de las armas y buscan por sobre todas las cosas el entendimiento, la fraternización.
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sábado, 13 de agosto de 2011
Oscar Peña Franco uno de los pocos periodistas que todavía mantiene actualidad nos habla de Drogas, Mito y Realidad
Está demostrado, caudal de pruebas mediante, que el narcotráfico es el negocio ilícito más opulento en la historia completa de la humanidad, sobrepasando, incluso, a florecientes actividades económicas que se desarrollan en el vago territorio de la legalidad y sus suburbios clandestinos. Es, por cierto, la fuente más grande de enriquecimiento ilegal de que tenga memoria el mundo.
Como todo surtidor de dinero mal obtenido, es insensible y despiadado. Frío e inmoral. Encuentra surco favorable en personas ávidas de dinero fácil y proclives a abandonar los caminos rectos y avanzar por atajos vetados por la ley y la ética a fin de conseguir sus propósitos. O sea, bastante gente. Gente que se juega el todo por el todo. Gente a la que no detiene ningún obstáculo, ni siquiera el derramamiento de sangre. La violencia que desata había llegado a lo paroxístico en Bogotá, Medellín y Cali de los años 70 y 80 y ahora ha cedido su sombrío récord a la mexicana Ciudad Juárez y avanza su mancha roja en todas las direcciones, incluida la nuestra, de bolivianos.
Por ello, sorprende y alarma que haya quienes restan importancia a esta amenaza. A raíz de un gran operativo realizado días pasados en Santa Cruz, Cochabamba y La Paz, cuya investigación involucró a las policías de Bolivia y Chile, se oyó decir que los informes policiales eran una multiplicación tramposa de la realidad, pues no puede hablarse de grandes fábricas de cocaína instaladas en cuchitriles que usan ineficaces herramientas domésticas. Pierden de vista que esos laboratorios precarios producen la droga que, junto a la que procede de Perú, Colombia y otros países en los que se hace más cocaína que en Bolivia, va a engrosar el caudal de alucinógenos con que jóvenes y adultos de naciones superdesarrolladas alivian sus tensiones y se fugan por unos instantes de la sociedad agresiva y ruda en la que viven.
De igual manera, llama la atención la obstinación con que organismos policiales niegan la internacionalización del narcotráfico en Bolivia. ¡Están aquí desde hace tiempo! Peruanos, colombianos, brasileños y de otras nacionalidades han caído en las redes de la represión. ¿No es una prueba? Si insisten en la porfía de negar la realidad, el bulto contra el que no han podido mucho hasta ahora crecerá hasta aplastarlos.
El tráfico de drogas goza de las ventajas de la globalización. No es la simple y hasta doméstica actividad de los que producen coca excedentaria, los que transforman la hoja en pasta base y, a veces, esta en el cristal que seduce y destruye y luego la sacan por las fronteras hacia Brasil, por ejemplo, para su remisión por redes más sofisticadas a los grandes mercados de consumo del mundo rico.
No es ese el final del circuito. En lo alto de la cúpula están los que realmente manejan el negocio transnacional de la droga (cocaína, marihuana, opio, etc.), sus principales beneficiarios. Es una sofisticada gerencia que aplica con rigor las normas del mercado, amontona colosales fortunas y acumula poderes políticos. ¡Vaya uno a saber si una parte de esa ominosa rentabilidad regresa a los países de origen en forma de créditos y empréstitos con altas tasas de interés! Cosas como estas se han dicho varias veces en muchos lugares.
He ahí el poder del narcotráfico. Ni mecheritos para calentar mejunjes ni negativas cómodas sobre su carácter transnacional. Solo asumiendo la gravedad del problema estaremos preparados espiritualmente para contrarrestarlo.
* Periodista
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