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lunes, 4 de enero de 2010

por demás generosa y benigna la forma de La Razón para enfocar el tema de presos bolivianos en Chile por delitos de narcotráfico


El 99 por ciento de los bolivianos que purgan penas en celdas de la cárcel chilena de Acha (Arica), está en tal situación por temas de narcotráfico. No es que sean grandes delincuentes; en general, su error fue pensar que podían ganar dinero transportando droga por vez primera, quizás la única se habrán dicho, y así cayeron. Cinco años y un día es lo mínimo que reciben como pena, salvo que ésta se reduzca por buen comportamiento.

Un reportaje de este diario, en el centro penitenciario chileno de alta seguridad, muestra a ese grupo de 204 compatriotas, de distintas edades y oficios, hombres y mujeres, en una situación triste, pues si bien las condiciones de vida, dadas las circunstancias de una cárcel, no son malas, el verse tras las rejas y lejos de sus familias pesa en el ánimo de estos compatriotas.

¿A quién culpar por esta situación penosa? ¿Cómo entender que el 10 por ciento de la población carcelaria de Acha esté constituido por bolivianos? Cada uno de los presos bolivianos es adulto y, por tanto, tuvo que saber muy bien lo que estaba haciendo. En tal sentido, no hay salvedad para su delito. Sin embargo, como señala la cónsul de Bolivia en Arica, Magally Zegarra, esa gente es la cola de la gran cadena del narcotráfico. Son los “obreros”, la mano de obra barata, desechable que sirve a los grandes criminales que, esos sí, no caen fácilmente.

Cuántos otros bolivianos habrá en prisiones en Brasil, Argentina, Perú, para mencionar solamente los países vecinos.

La pobreza suele ser el acicate para tomar el riesgo. En Acha, el 80% de los bolivianos fue encontrado con droga en sus estómagos. Tiene que haber mucho más que el simple deseo de hacer dinero fácil o de enriquecerse sin trabajar para aceptar tragarse las cápsulas que son como bombas de tiempo en el organismo de una persona.

Los que trafican a gran escala conocen las debilidades de la gente y se aprovechan de ello. Que las “mulas” o “tragones”, como se les llama, mueran en el intento, o caigan en las cárceles, poco les importa, pues parecen saber que siempre habrá más gente que tentar.

En todo esto hay que pensar, a nivel de Estado y de sociedad, cuando se aborda el tema de la coca. No es que, ciegamente, se asocie a la hoja con la droga, pero es un hecho que a más hoja de coca, más probabilidades de que el narcotráfico tienda sus redes en el país, como efectivamente pasa.

En la cárcel de Acha, al menos, los prisioneros tienen la oportunidad de rehabilitarse. Hay talleres en los que la gente aprende oficios y así puede ganarse la vida, aun dentro de la prisión, además de abrirse una perspectiva de vida para cuando quede en libertad. Pero no sucede lo propio, que se sepa, en otros centros penitenciarios. Para no ir lejos, no pasa esto en Bolivia. De allí que se dé la paradoja: los presos bolivianos en Arica, aun cuando resienten el alejamiento de sus seres queridos —los que rara vez han podido ir a visitarlos, por la distancia y el costo del viaje—, prefieren, han declarado a La Razón, quedarse allí a cumplir sus penas, y rechazar los planes de repatriación que podría emprender el Gobierno.

Una lección más del tema Acha: los bolivianos trabajan allí, incluso más horas que el resto de los presos, pues así quieren hacerlo. Lo que muestra que, con oportunidades de trabajo, esta gente podría servir al país como no se ha dejado hasta ahora.

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