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La V Cumbre de las Américas que tuvo lugar hace unos días en Trinidad y Tobago, ha marcado un hito en las relaciones entre Estados Unidos y América Latina. Pero no “por las descargas de artillería ideológica” que con tono beligerante anunció Hugo Chávez en los días previos, sino por los gestos de docilidad que el mandatario venezolano expuso dejando pasmados incluso a sus aliados del ALBA, a los que dejó con las ganas de verlo liderar una ofensiva verbal contra “el imperialismo estadounidense”.
Muy lejos de ello, Chávez agachó la cabeza y dejó a Daniel Ortega la bochornosa tarea de aburrir a la audiencia con un larguísimo discurso plagado de los insustanciales lugares comunes tan propios de la vieja izquierda latinoamericana del siglo pasado.
A lo más que se atrevió Chávez fue a regalar un ejemplar en inglés de “Las venas abiertas de América Latina”, un libro escrito hace casi 40 años por el inglés-uruguayo Edward Hughes, quien se hizo famoso con su nombre castellanizado y su apellido materno: Eduardo Galeano.
El libro en cuestión es, sin duda, uno de los que más influyó en la mentalidad de varias generaciones de jóvenes latinoamericanos cuyas almas fueron envenenadas con el victimismo y el resentimiento llevados a su máxima expresión. Con su obra, Galeano logró dar al mito del Buen Salvaje un aspecto de seriedad e hizo del quejido lastimero la principal doctrina de la izquierda latinoamericana.
Hay, sin embargo, en la obra que durante los últimos días se ha convertido un best seller en las librerías estadounidenses, un capítulo que resulta de lo más inconveniente para una de las principales causas del Gobierno boliviano. Se trata del referido a la coca y el funesto papel que le atribuye como instrumento de dominación de los indígenas.
Para Galeano no hay lugar a dudas. La coca es una droga. Y una droga letal. Una droga que mata a quienes la consumen, y que fue cruelmente utilizada por los españoles —y sigue siendo usada— para reducir a los indios a la abyección.
El autor considera que una de las muestras de la sabiduría que les atribuye a los incas fue no permitir el consumo de la coca excepto para fines rituales. Todo lo contrario de lo que hicieron los españoles, quienes al descubrir la utilidad de la hoja para mantener drogados a los indígenas masificaron su consumo para explotarlos y someterlos mejor. “Los indios compraban hojas de coca en lugar de comida al precio de abreviar la propia vida”, afirma y añade con santa indignación: “A esta altura del siglo veinte, los indígenas de Potosí continúan masticando coca para matar el hambre y matarse”.
Ahora que el Gobierno boliviano se propone impulsar una campaña internacional para que la coca deje de ser considerada como una droga, flaco favor le hizo Chávez al poner en manos de Obama uno de los más furiosos alegatos que contra la hoja se haya escrito. (Enjundioso ed. de Los Tiempos)
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