Esconder la cabeza como el avestruz
Mauricio Aira
El gobierno de Bolivia no puede esconder la cabeza como lo hace el avestruz para olvidar aquella lacerante realidad ratificada por la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes, las Naciones Unidas y el gobierno de los Estados Unidos sobre el aumento cada vez mayor en la producción de la coca y cocaína.
Ante las evidencias expuestas no tuvo otro remedio que admitir que sí, que aumentó la producción de coca exigiendo al mismo tiempo que los consumidores de la droga refuercen los controles. Que se vería la forma de reducir los cultivos y subestimando y deslegitimando la autoridad de los estadounidenses en materia de quitar el certificado que anualmente otorgan a los productores de cocaína y el trabajo realizado durante el último período en materia de control del narcotráfico.
No corresponde debatir el contenido de los argumentos que Bolivia bajo la administración actual viene repitiendo lo evidente es que el uso de la droga se ha propagado dentro, de modo especial entre los jóvenes como resultado del aumento de la cocaína y del mercadeo que realizan los agentes del narcotráfico que han encontrado el nicho más a la mano en lugar de exponerse a los riesgos de la exportación cada vez más controlada y restringida afuera. Por el consumo de cocaína cientos si acaso no miles de jóvenes dañados cerebralmente le privan al país de su valioso aporte en materia de construcción nacional y dañan la tierra que se vuelve infértil y provoca efectos sobre la ecología y la calidad nutritiva de las tierras y dañan la economía dibujando el espejismo de bienestar y bonanza. El triple daño que el narcotráfico ocasiona en lo interno repercute fuera restándole dignidad, autoridad y capacidad negociadora al régimen bastante permisivo en materia delincuencial de la droga. Los tres informes que hemos mencionado, más las observaciones serias de la Unión Europea y de gobiernos que se considera amigos, están marcando la pauta de la nueva relación internacional que se verá reducida a unos pocos gobiernos que por el momento obedecen al mismo patrón ideológico.
Los anuncios demasiado frecuentes para ser creíbles de incautaciones millonarias de droga elaborada o en proceso de serlo, no son corroborados en forma fehaciente exhibiendo a los narcotraficantes o al menos identificándolos. No se habla de detenidos mafiosos, eso sí se hace aspaviento por la detención de porteros, peones, choferes de las factorías, los jefes no aparecen, los dueños están invisibles para el gran público si acaso existen. Los informes en cuestión no han sido rebatidos, las cifras están ahí, existen 35 mil hectáreas de coca, el incremento de la cocaína superó el 50% en los últimos tres años. Nos hemos aplicado en la lectura de las críticas contra las autoridades bolivianas que no están haciendo lo necesario para decir toda la verdad y que persisten en esconder la cabeza como lo hace el avestruz para no ver la realidad. Es más se percibe en El Chapare, en Cochabamba y aún en Santa Cruz la presencia de los nuevos ricos, cocaleros que provienen del trópico y que se han posesionado con la adquisición de terrenos, casas, edificios, empresas en inequívoca actitud de un lavado de capitales de dudosa procedencia y de copar segmentos importantes para el control de la economía.
Si algún gesto de Fidel Castro convenció al mundo de su oposición al narcotráfico que fue desmontar y cortar brutalmente el más grande intento de penetración de la cocaína en su gobierno, debería servir de antecedente en Bolivia cuya Administración se está configurando cada vez más como un narco-estado, similar al que surgió en 1980 cuando militares y narcotraficantes pactaron “para potenciar a Bolivia” y dotarle de los medios para obtener su desarrollo en medio de una “inédita vigencia democrática”. A ésta altura de los acontecimientos se puede distinguir muy claramente dos actitudes, la primera la de Cuba tenazmente opuesta al tráfico de estupefacientes, y las de Venezuela y Bolivia tolerantes, permisivas para no decir impulsoras de la malhadada criminal empresa.
Complica el cuadro que ofrece Caracas vinculado con la narco guerrilla de las FARC y el visceral posicionamiento antinorteamericano de Chávez y sus aproximaciones a Irán que persiste en la fabricación de armas atómicas, asunto que eriza los pelos de la dirigencia del Norte y que viene a formar parte del menú de política internacional que pasa por la lucha contra el narcotráfico. Concluyamos entonces que “gobernar no es esconder la cabeza si no afrontar los problemas con transparencia”