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domingo, 24 de enero de 2010

como era de esperar. detrás de la coca ilimitada está la cocaína ilimitada y los carteles de la droga con su secuela de crimen y violencia

Los hechos de violencia son cada vez más frecuentes en Santa Cruz y la gran mayoría de ellos, de acuerdo a sus características, están vinculados con el narcotráfico. Se trata de un peligro que ya habíamos venido advirtiendo desde hace tiempo atrás: la actividad del narcotráfico siempre trae consigo la violencia.

Recordemos a los extremos que se llegó en Colombia cuando imperaban los cárteles de Cali y Medellín, que no solo se enfrentaban entre ellos mediante sangrientos “ajustes de cuentas” sino que estuvieron a punto de desmoronar la institucionalidad de ese país.

Los sicarios al servicio de los cárteles eliminaban sin contemplaciones a políticos, jueces, periodistas y hasta futbolistas en una vorágine sangrienta que en Colombia se ha atenuado pero no desaparecido y que de acuerdo a todos los indicios, podría muy bien replicarse en Bolivia.

Casi diariamente se da cuenta del descubrimiento en zonas muy próximas a los zonas urbanas de fábricas de cocaína, instaladas con “tecnología colombiana”, pero sería ingenuo suponer que los cárteles de la droga solo están trayendo “tecnología”, también están trayendo consigo sus métodos que no son precisamente pacíficos.

A riesgo de ser recurrentes se debe decir que la madre de cordero en este problema es el incremento en la producción de la materia prima, en este caso, la hoja de coca. Es claro que Bolivia ya no es solo productor de hoja de coca ni de pasta base. Los últimos descubrimientos en las cercanías de la ciudad de Cochabamba dan cuenta que desde hace una tiempo se fábrica cocaína de alta pureza.

No está por demás recordar que antes en Bolivia solo se fabricaba pasta base, la cual era trasladada a Colombia donde era refinada. Ahora, ante la represión y el mayor control en Colombia, la mafias narcotraficantes han decidido simplificar sus actividades y ahora todo este proceso está siendo realizado en Bolivia.

Evidentemente, en los últimos cuatro años, en Bolivia se ha desarrollado con mucha eficiencia la capacidad para efectuar todas las operaciones ligadas con el narcotráfico, desde la producción de la materia prima hasta llegar al producto final muy elaborado.

No es algo que deba enorgullecernos. Ya se habla de que la economía boliviana está “narcotizada” y buena parte del dinero circulante proviene del narcotráfico y no existen indicios de que el gobierno del MAS esté dispuesto a revertir esta situación. La inminente legalización del cato de coca por familia en el Chapare lo dice todo.

Las consecuencias no serán solo económicas y alcanzarán a una de por sí muy menguada “seguridad ciudadana” como de entrada ya se hace evidente.

Mientras tanto, el gobierno anuncia la creación de un servicio de Inteligencia, que como es de prever, tendrá funciones casi exclusivas de control político, de represión de las actividades opositoras. (del sitio de ernesto justiniano org. SC)


miércoles, 20 de enero de 2010

resulta que aumenta el número de los legalizadores de la droga a tiempo que la restriccion al narcotráfico no deja de ser actual. Comparaciones

Legalizar las drogas llega al debate

Mauricio Aira

A finales de marzo 2000 Gran Bretaña rechazó la liberalización de las leyes sobre drogas, así lo resolvió el gobierno inglés rechazando las recomendaciones de una investigación que había recomendado la liberalización de las leyes sobre la droga. NNUU persiste por enésima vez en la condenación de todo tráfico de drogas y penaliza su consumo. De cuando en vez rebrota el debate sobre tal cuestión, la última a raíz de un artículo de Mario Vargas Llosa quien afirmó que el tráfico de estupefacientes es la mayor amenaza para la democracia en América Latina, que la legalización debe estar acompañada de un re direccionamiento de las enormes sumas que se invierten en la represión para destinarlas a campanas de rehabilitación e información tal como se hizo en la lucha contra el tabaco.

A pocas horas de su publicación el prestigioso diario Los Tiempos de Cochabamba advertía que logró reavivar el debate en círculos intelectuales y políticos que trata la posibilidad de abandonar las políticas basadas en la prohibición y sustituirlas por la legalización, en cuyo respaldo citaba al Wall Street Journal que había ofrecido ejemplos sobre la rapidez con que cobra fuerza aún en EEUU la legalización para afrontar el problema.

La resurrección de tal discusión tiene dos soportes, los que apuntan menguados frutos en la represión y aquellos colectivos que muestran su total oposición aduciendo que la más frecuente referencia a los casos históricos del alcohol y del tabaco no admiten comparación. Los primeros suelen citan a prominentes intelectuales de ideología liberal como Ethan Nadelmann, Milton Friedman, Fernando Sabater y ahora supongo también Vargas Llosa, que tienen en común no la defensa del derecho a la droga sino la manera más eficaz de controlarlas, creen que arrebataría el negocio a los traficantes, que siendo las drogas baratas no haría falta delinquir para obtenerlos, que el comercio estaría regulado y vigilado. En suma repiten los mismos argumentos de siempre. Adelantan que hay tres sistemas posibles de regulación legal. 1. La toxicomanía bajo control médico experimentado sin éxito en Holanda y Gran Bretaña. 2. Restringir a ciertas áreas por plazos determinados y 3. Determinar qué drogas se incluirían en la despenalización. Inclusive explayan reglamentaciones diversas en las que se enredan porque reconocen una clasificación previa o catálogo de drogas, además quisieran legalizar simultáneamente en todos los países, en que los más permisivos se convertirían en paraísos de la droga.

La conclusión es que las drogas son sustancias peligrosas, por tolerante que se quiera ser no se puede permitir, su distribución sin restricciones y severos controles, como sucede con algunos medicamentaos. Cada limitación abre el mercado negro. Las drogas esclavisan por lo que todo el que las facilita aumenta la clientela cautiva. Aun cuando la represión no solucione el problema es imprescindible. Sin ella la educación perdería su eficacia, ¿cómo legalizarlas y luego mostrar que son dañinas? Prohibir su venta es una forma de educar sostienen.

Abundan los argumentos en contra de la despenalización: no hace desaparecer la venta ilegal, se incrementa su consumo en sectores cada vez más jóvenes de la población. Legalizarla en Bolivia provocaría una oleada de adictos de vagos y mal entretenidos que aumentarían las enfermedades venéreas e incrementaría el crimen organizado. Sería dar un nefasto mensaje a la población por un gobierno irresponsable.

Cuando el 27 de febrero de 1995 la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes reunida en Viena volvió a pronunciarse contra la legalización, marcó claramente que Legalizar el consumo y el tráfico significaría aumentar la demanda y citaron el caso de Zúrich donde la tolerancia había llevado a una triste situación que las autoridades no fueron capaces de controlar, se toleró el consumo en un parque público (de las jeringuillas) y en una estación abandonada pero el clima de peligrosidad obligó a la policías a desalojar esos lugares. Los precios bajaron de modo que la droga llegó a un número mayor de drogadictos, el consumo se disparó y el número de muertos por sobredosis trepó. La criminalidad ligada al tráfico de drogas aumentó, pues al bajar los precios se produjo una lucha de grupos por el monopolio de la heroína que se distribuyó allí gratis durante tres años, el único resultado fue que el ciclo de los adictos había aumentado y que las victimas drogadas morían sin remedio.

Ya en agosto del 2009 publiqué por éste medio “10 razones para no legalizar las drogas” replicando 10 argumentos para hacerlo. Nils Berejot médico asesor de la policía sueca había llevado a cabo un trabajo único en su género para demostrar que el número de consumidores de droga crecía o disminuía según el grado de mayor o menor permisividad de las leyes y que la droga estaba casi siempre asociada a las principales causas de la delincuencia. Finalmente Ulf Rudlerg toxicólogo del afamado instituto Karolinska afirmó que hacer difícil o penalmente riesgoso el alcance de la droga incita a renunciar a su uso a un 50% de quienes lo hacen ocasionalmente. Legalizar las drogas provocaría mayor adicción y dependencia, sacarlas de en medio es como limpiar el jardín de hierbas venenosas “en que juegan nuestros niños queridos”.

sábado, 9 de enero de 2010

El muy importante diario La Nación se refiere a las nuevas formas de la cultura narco que es preciso identificar

Asi como Roberto Arlt vislumbró en sus dos grandes novelas la madeja fascista que se cernía sobre las naciones jóvenes del Sur, la guerra contra las drogas y el narcotráfico impregna hoy buena parte de la literatura, sobre todo en Colombia y México, donde la cultura narco se ha infiltrado en todos los aspectos de la vida. Expandida como un virus, pone y derriba gobiernos, compra y vende conciencias, se toma la vida de las familias y ahora la vida de las naciones. La cultura narco es la cultura del nuevo milenio.

Cada vez que la imaginación parece aproximarse a una radiografía de los hechos, la realidad le saca ventaja con nuevas palabras que los diccionarios no alcanzan a definir. Todos los días las noticias arrojan cadáveres que se ordenan entre "decapitados" y "severamente mutilados"; los sicarios ya no tienen una patria, sino que las invaden todas: el cartel de Sinaloa tiene laboratorios en la provincia de Buenos Aires, las bandas que actúan en las sombras imponen guerras en las favelas de Río de Janeiro o en las villas de San Martín o Boulogne, donde a fin de año, y con diferencia de horas, hubo dos acribillados por el control de la venta de cocaína y marihuana. La traición, si se sospecha, se castiga con acciones mafiosas; si se prueba, con crímenes que traen más muertes, en una escalada de venganzas infinitas.

En su novela póstuma, 2666 , Roberto Bolaño relató en toda su crudeza y horror los asesinatos de mujeres en Santa Teresa, transmutación literaria de Ciudad Juárez, enclave fronterizo con El Paso, Texas, donde desde hace décadas gobiernan la violencia y la impunidad. Esas muertes narran un crimen continuo, una historia de nunca acabar. Un empresario poderoso que observa cómo su país está siendo minado por los narcotraficantes en complicidad con la corrupción del poder, decide ganarles "Siendo más criminal que ellos" en la última novela de Carlos Fuentes, Adán en Edén . La manera en que el dinero sucio del narcotráfico penetra en la sociedad provocó picos de rating en la versión para televisión de Sin tetas no hay paraíso , la historia en la que Gustavo Bolívar cuenta cómo una joven de 17 años se prostituye para comprarse pechos más grandes y así acceder al círculo de los traficantes. En La conspiración de la fortuna, Héctor Aguilar Camín dibuja el pueblo de Martiñón Agüeros, un capo del narcotráfico que condensa a cada uno de los pueblos y jefes narcos que con su beneficencia compran voluntades e hipotecan el alma de los más desfavorecidos. La lista viene amontonando títulos en sintonía con el ritmo en que avanzan la muerte y la corrupción por el continente: Rosario Tijeras, de Jorge Franco; La reina del S ur,de Arturo Pérez-Reverte;Balas de Plata , de Elmer Mendoza, o La virgen de los sicarios , de Fernando Vallejo son apenas unos pocos ejemplos con un denominador común: cada golpe al narcotráfico es devuelto con otro golpe aún mayor.

Es lo que le ha ocurrido al presidente Uribe en Colombia, y ahora a Felipe Calderón en México. Mientras tanto, se destruyen personas, familias, pueblos, culturas. Cada día se hace más evidente que la guerra no es la solución al problema y que la única vía posible es enfrentarlo desde la raíz, es decir, desde la despenalización del consumo.

Las inteligencias más lúcidas del continente insisten en que es imperioso llegar a un acuerdo de cooperación entre traficantes y consumidores. Cuando se rompan esos pactos siniestros de silencio y dinero, y los expendios de droga salgan a la luz del día, como el alcohol después de la ley seca, quizás hasta los propios traficantes descubran las ventajas de trabajar dentro de la ley y, al sentirse más seguros, irradien esa seguridad sobre las comunidades a las que comprometen.

La despenalización avanza. España, que trata la drogadicción como un problema de salud, fue el primer país europeo en despenalizar el consumo de marihuana. El uso y la posesión para uso personal no es delito, aunque el consumo público está castigado con multas administrativas y su legislación contra el tráfico está entre las más severas de Europa. En 2001, Portugal aprobó una ley que descriminaliza todas las drogas y los resultados no están siendo desalentadores. En Italia se acaba de expedir un listado de dosis personales que aparejan sanciones administrativas, pero no penales. Venezuela también dictó recientemente una norma en la ley orgánica contra el tráfico ilícito y consumo de estupefacientes y psicotrópicos que despenaliza el porte de dosis personal hasta por cinco días, y al mismo tiempo se incrementaron las penas para los traficantes. Hace pocas semanas, y a contracorriente de una costumbre avalada por el ex presidente Bush, la administración Obama estableció que los fiscales federales no gastaran sus recursos en arrestar a personas que usan o suministran marihuana con fines medicinales. Quizás el caso más conocido sea el de Holanda, donde en rigor es delito el consumo de cualquier sustancia prohibida. Sólo hay cierta consideración para el acceso a la marihuana en los llamados coffee shops , lugares reservados para la compra y el consumo de menos de cinco gramos diarios. Pero desde hace años, Holanda ha mantenido una política de tolerancia hacia las drogas blandas, aun haciendo frente a la presión de otros países, sobre todo desde que en los 90 Europa abrió sus fronteras.

En la Argentina, un fallo de la Corte Suprema de Justicia estableció que el consumo personal de marihuana no es un delito y también ha concentrado en un solo juzgado federal todo lo relacionado con el paco, un veneno que genera una adicción de carácter físico que arrasa en los círculos más pobres de la población.

¿Es la despenalización la cura de todos los males? El lenguaje de las armas demostró su fracaso y la historia ya escribió su ejemplo más contundente cuando en los Estados Unidos se prohibió el consumo de alcohol durante los trece años que duró la ley seca. La prohibición, que comenzó el 17 de enero de 1920, lejos de hacer desaparecer el vicio provocó el surgimiento de un mercado negro del que surgieron todos los Al Capone, los Baby Face Nelson, los falsos héroes como Bonnie & Clyde y una legión de padrinos que sembraron el terror a sangre y fuego. Como era casi previsible, muy pronto la corrupción se apoderó de las conciencias policiales. Treinta y cinco por ciento de los agentes encargados de velar por la prohibición terminaron con sumarios abiertos por contrabando o complicidad con la mafia y las consecuencias en la salud de la población tuvo estadísticas nefastas: treinta mil muertos por envenenamientos con el alcohol metílico y otros adulterantes, a los que recurrían los bebedores desesperados. Cien mil personas resultaron víctimas de ceguera, parálisis y otras complicaciones derivadas del consumo de alcohol irregular. En 1933, cuando Franklin D. Roosevelt derogó la ley seca, el crimen violento descendió dos tercios. En Estados Unidos no se acabaron los borrachos, pero desaparecieron los Al Capone.

Matar al perro enfermo no pone fin a la rabia. Ni el arresto del mexicano Rafael Caro Quintero o el operativo cinematográfico que acabó con la vida del colombiano Pablo Escobar Gaviria, por citar a dos de los capos del narcotráfico más temibles y conocidos de las últimas décadas, extirparon el problema. Donde se acabó con uno, pronto surgió otra media docena dispuesta a tomar las riendas del negocio. Hace pocos días, las fuerzas especiales de la Armada de México protagonizaron otra escena hollywoodense cuando bajaron desde sus helicópteros sobre el condominio Altitude, en Cuernavaca, Morelos, y tras varias horas de combate acribillaron a Arturo "la Muerte" Beltrán Leyva, el "jefe de jefes" del narcotráfico. Lo que se mostró como otro éxito certero sólo traerá una nueva escalada de violencia para ocupar el trono del rey depuesto con alguien cuyo apodo también lleve un mensaje letal.

El combate más efectivo contra el narcotráfico es arruinarles el negocio. Y la única vía posible para hundirlo es legalizando el consumo. Todas las estrategias de guerra aplicadas en la región durante los últimos treinta años resultaron un fiasco, con un balance de muertos y de groseros gastos de dinero sin que nada haya cambiado. No se trata de alentar el consumo, sino de controlarlo mejor, invirtiendo esos mismos millones en salud pública y en campañas efectivas que no demonicen al consumidor ni lo atemoricen con un destino de represión y cárcel. Muchos se rasgaron las vestiduras cuando el sida dejó de tratarse como una enfermedad vinculada a los homosexuales y se trató como un mal que afectaba a todos por igual, lo que terminó produciendo resultados enormes. Esta es la perspectiva de igualdad que se debería plantear ante el consumo de drogas.

Pero acaso no haya mayor semejanza para estos tiempos de cultura narco que con la era de la cultura alcohólica y sus carteles de asesinos que convertían las ciudades en feudos aptos para la rapiña. El mejor retrato de esa época ha sido trazado por el gran periodista norteamericano Lewis Allen, en su crónica Just Yesterday , "Tan sólo ayer" (1957). Allen enumera los difíciles pasos que debieron darse para la despenalización y para el regreso de los Estados Unidos a una vida normal. La ley seca tropezó primero con las normas de la Constitución federal, que exigía la aprobación de cada uno de los estados para imponerla. En todas las cámaras se oyeron debates estrepitosos que disgustaban al partido gobernante, pero la pluralidad de ideas enriqueció el futuro. El tránsito hacia un país nuevo fue más lento de lo que se había supuesto. Comenzó con un éxodo masivo de pequeños ahorristas a la Florida y con un aumento singular de los precios agrícolas, que enriqueció a miles de campesinos en el Medio Oeste. El obstáculo mayor en América latina para desterrar la cultura narco es la necesidad de que los países productores y exportadores de drogas compartan la responsabilidad de erradicarla con el principal país consumidor, cuyas intenciones no siempre han sido las de un buen vecino.

Lewis Allen advierte, en su extraordinaria crónica, que la derrota de la cultura narco no se sintió de un día para el otro en los países ni en las vidas privadas. "La libertad que tan desesperadamente buscaban los jóvenes en el alcohol -escribe Allen- no se había perdido, pero resultaba difícil descubrir un verdadero cambio real en el empleo que se daba a esa libertad. Lo que había desaparecido era la excitada sensación de hacer pedazos los tabúes. Los frutos del pecado se estabilizaban en un nivel inferior. También desaparecía, al menos en parte, la histérica preocupación sobre las hazañas sexuales que habían caracterizado la época de posguerra. Sólo de una cosa se podía tener certeza: a los viejos capos ya no les sería tan fácil tender las mismas trampas. Nada se repetiría. El final del tiempo vuelve a menudo sobre sus pasos, pero siempre es para trazar un nuevo canal."

miércoles, 6 de enero de 2010

Humberto Vacaflor en LT nos ofrece el marco de la dramática elección entre "el oro o la coca" de los yungueños bolivianos


El viceministro de Defensa Social, Felipe Cáceres, reveló que los pobladores de Larecaja y Bautista Saavedra, dos provincias de La Paz, acaban de hacer una difícil elección.

Estaban acostumbrados a explotar el oro de los ríos de la zona pero ahora han decidido dejar esa actividad y dedicarse a la agricultura: cultivarán coca.

La elección de estos ciudadanos fue sabia, a pesar de que en este momento el oro tiene la más alta cotización de toda la historia, cerca de 1.200 dólares por onza troy.

Los ciudadanos que hicieron esa elección han tenido que sopesar todos los pros y los contras de cada una de las opciones que se les presentaba.

Para comenzar han debido considerar que la actividad minera se ha hecho riesgosa, debido a que el Gobierno decidió cancelar todas las concesiones de explotación.

En cambio, la producción de coca no tiene dificultades, porque el Gobierno no pone ningún límite a las áreas donde puede producirse.

El oro tiene un precio definido por la demanda, que es una sola.

En cambio, la coca tiene un mercado legal y otro ilegal, lo que le da por lo menos dos opciones. En el caso del mercado ilegal, el precio se multiplica, sobre todo si los productores pueden participar en la primera transformación industrial del producto.

El oro, en cambio, tiene una sola opción de venta. Tiene un solo mercado, que está copado por los rescatadores, que se guían por la tendencia de los precios internacionales.

No hay poderosas organizaciones internacionales en torno de la producción del oro, ni hay ejércitos irregulares desplegados en diferentes países, desafiando a las leyes nacionales e internacionales, como, en cambio, ocurre con la coca.

Los productores de oro no están bien organizados para defender sus intereses, mientras que los productores de coca tienen sindicatos poderosos y gente muy, pero muy influyente en el Gobierno.

En suma, los pobladores de Larecaja y Bautista Saavedra son bolivianos muy perceptivos. Saben de qué lado sopla el viento.

Ni se les ha ocurrido pensar que la coca que ellos planten será ilegal, pues saben que ese es un detalle sin importancia, cuando los cocaleros ilegales se han convertido en un poder económico y político en el país.

En suma, estos ciudadanos han decidido guiarse por aquello de donde anduvieres, haz lo que vieres. Todos ilegales.

lunes, 4 de enero de 2010

por demás generosa y benigna la forma de La Razón para enfocar el tema de presos bolivianos en Chile por delitos de narcotráfico


El 99 por ciento de los bolivianos que purgan penas en celdas de la cárcel chilena de Acha (Arica), está en tal situación por temas de narcotráfico. No es que sean grandes delincuentes; en general, su error fue pensar que podían ganar dinero transportando droga por vez primera, quizás la única se habrán dicho, y así cayeron. Cinco años y un día es lo mínimo que reciben como pena, salvo que ésta se reduzca por buen comportamiento.

Un reportaje de este diario, en el centro penitenciario chileno de alta seguridad, muestra a ese grupo de 204 compatriotas, de distintas edades y oficios, hombres y mujeres, en una situación triste, pues si bien las condiciones de vida, dadas las circunstancias de una cárcel, no son malas, el verse tras las rejas y lejos de sus familias pesa en el ánimo de estos compatriotas.

¿A quién culpar por esta situación penosa? ¿Cómo entender que el 10 por ciento de la población carcelaria de Acha esté constituido por bolivianos? Cada uno de los presos bolivianos es adulto y, por tanto, tuvo que saber muy bien lo que estaba haciendo. En tal sentido, no hay salvedad para su delito. Sin embargo, como señala la cónsul de Bolivia en Arica, Magally Zegarra, esa gente es la cola de la gran cadena del narcotráfico. Son los “obreros”, la mano de obra barata, desechable que sirve a los grandes criminales que, esos sí, no caen fácilmente.

Cuántos otros bolivianos habrá en prisiones en Brasil, Argentina, Perú, para mencionar solamente los países vecinos.

La pobreza suele ser el acicate para tomar el riesgo. En Acha, el 80% de los bolivianos fue encontrado con droga en sus estómagos. Tiene que haber mucho más que el simple deseo de hacer dinero fácil o de enriquecerse sin trabajar para aceptar tragarse las cápsulas que son como bombas de tiempo en el organismo de una persona.

Los que trafican a gran escala conocen las debilidades de la gente y se aprovechan de ello. Que las “mulas” o “tragones”, como se les llama, mueran en el intento, o caigan en las cárceles, poco les importa, pues parecen saber que siempre habrá más gente que tentar.

En todo esto hay que pensar, a nivel de Estado y de sociedad, cuando se aborda el tema de la coca. No es que, ciegamente, se asocie a la hoja con la droga, pero es un hecho que a más hoja de coca, más probabilidades de que el narcotráfico tienda sus redes en el país, como efectivamente pasa.

En la cárcel de Acha, al menos, los prisioneros tienen la oportunidad de rehabilitarse. Hay talleres en los que la gente aprende oficios y así puede ganarse la vida, aun dentro de la prisión, además de abrirse una perspectiva de vida para cuando quede en libertad. Pero no sucede lo propio, que se sepa, en otros centros penitenciarios. Para no ir lejos, no pasa esto en Bolivia. De allí que se dé la paradoja: los presos bolivianos en Arica, aun cuando resienten el alejamiento de sus seres queridos —los que rara vez han podido ir a visitarlos, por la distancia y el costo del viaje—, prefieren, han declarado a La Razón, quedarse allí a cumplir sus penas, y rechazar los planes de repatriación que podría emprender el Gobierno.

Una lección más del tema Acha: los bolivianos trabajan allí, incluso más horas que el resto de los presos, pues así quieren hacerlo. Lo que muestra que, con oportunidades de trabajo, esta gente podría servir al país como no se ha dejado hasta ahora.