Los violentos aborrecen el diálogo, prefieren resolver los conflictos con el uso de la fuerza física, las armas, la tortura y el miedo. Los que aman la paz, se oponen al uso de las armas y buscan por sobre todas las cosas el entendimiento, la fraternización.
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miércoles, 16 de mayo de 2012
Alvaro Riveros se refiere al dramático caso del fusilamiento de Ochoa en Cuba y de la implicaciones del narcotráfico en la Venezuela de Chávez.
Cocaína: un veneno magnicida
Asumiendo que el término magnicida fuese también válido para calificar a los asesinos de los déspotas, autócratas, dictadores, sátrapas y toda laya de bellacos que hacen gemir a sus pueblos, más bien la expresión apropiada debería ser el de “minicida”, el cual hemos elegido para enfatizar el daño letal que los narcóticos, especialmente la cocaína, causan en la vida y gestión de esos malos gobernantes, no sólo por la adicción de que son víctimas, sino por su compromiso con el tráfico diabólico.
Si bien este negocio se caracteriza por las enormes ganancias que genera, pues lo equiparan con el del petróleo o el de las armas, son demasiadas las lágrimas que provoca y, sin pecar de supersticiosos, el drama que ocasiona en miles de personas que han caído en sus redes debe concitar las más terribles maldiciones de parte de sus seres queridos que tienen que cargar con esa tragedia.
Curiosamente, esta lacra se ha extendido entre regímenes populistas y carentes de todo escrúpulo y moral. Fue el caso del general panameño Manuel Antonio Noriega, por citar uno reciente, que devino en una terrible invasión a su pueblo para sacarlo del poder y condenarlo a una sentencia que purga hasta nuestros días. El juicio y posterior fusilamiento del general Arnaldo Ochoa Sánchez, héroe de la revolución cubana, acreedor a las más altas condecoraciones que se hayan otorgado en Cuba, alto miembro del Comité Central del Partido Comunista, fue una muestra palpable de que, como amigo íntimo de los hermanos Castro, fue prominente miembro del gobierno al que comprometió en uno de los escándalos de tráfico de cocaína más sonados de la isla.
Esta relación nace por la reciente huida del General venezolano Eladio Ramón Aponte Aponte, ex presidente de la Sala Penal del Tribunal Supremo de Justicia de su país, quien se entregó a las autoridades estadounidenses para cantar como un jilguero sobre toda la conspiración criminal internacional que implica a Chávez y a su círculo más cercano en el narcotráfico de Estado, dirigido por narcogenerales y tutelado por el propio Chávez con la complicidad de una justicia amañada para proteger esas operaciones y de paso, montar juicios falsos contra sus oponentes políticos.
Como una coincidencia calcada de la experiencia cubana, Eladio Ramón Aponte, poco tiempo antes de su huida en busca de refugio en las oficinas de la DEA de los EEUU fue condecorado por el gobernador del estado Barinas Adán Chávez, hermano del presidente, “por su valioso trabajo, aporte y empeño en impartir justicia apegado a las leyes, así como por ser ejemplo de constancia y trabajo dentro del poder judicial venezolano.” Sus posibilidades de fuga habrían sido nulas, de no darse la enfermedad del micomandante, que ocupa el afán de los esbirros cubanos, como venezolanos, de velar por su propio futuro. De lo contrario, el histórico sainete de Arnaldo Ochoa Sánchez se habría repetido inevitablemente, sin darnos la oportunidad de constatar-en los hechos- que la cocaína suele también convertirse en un veneno magnicida.
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